miércoles, 31 de octubre de 2007

21

Movimientos orquestados de figuras escorzos y sensualidad.



video sensual de creación personal inspirado en la belleza femenina. Hallarán su complemento ideal en vivianne.



21 libros abiertos:

martes, 30 de octubre de 2007

7

VIVIANNE: Mi ya más que amiga y muy querida sureña tiene un blog sensacional en el que nos cuenta vivencias y anécdotas, duras o graciosas, siempre al ritmo de la música, me hace entrega de un premio muy especial que recojo con alegría y entusiasmo, es por el contenido de los blogs, y porque son un aporte en el medio bloggero. A continuación nombraré los 7 blogs que considero deben recibir también dicho premio.

SILVIA: Del País Vasco. Es ya mi amiga dentro del intrincado mundo de la técnica bloggera; pues siempre que tengo un problema me saca las castañas del fuego. Tiene cinco preciosos blogs pero cuando pinchéis el enlace solo iréis a "Canciones para compartir", un blog excelente y divertido.

EL BLOG DE FRANCISCO DE BORJA: Director de la Editorial digital – elpaisliterario – la cual me ha ayudado y me sigue ayudando muchísimo, en mi camino por el difícil sendero de la escritura. Allí concedieron un premio a uno de mis textos, que resultó ganador en el concurso de relatos Hiperbreves Radiofónicos, EL PODER DE LA PALABRA.

EVAN Y CARLOS: Ella es argentina y él ecuatoriano. Gracias a ellos, la bondad de sus palabras, su experiencia y a sus infinitos contactos, yo me vi favorecido para avanzar, pues no lo niego, me tomé la libertad de contactar con algunos de los blogs que ellos ya conocen y cuando les propuse enlazarlos, ellos aceptaron, no sólo encantados, sino con unas maneras cordiales educadas y muy agradables. Entre ambos, aparte de otros blogs, dirigen uno que conviene visitar, pues es toda una escuela sobre cómo debe manejarse el arte bloggero para que sin resultar complicado, uno esté siempre al día y ofrezca unos post excelentes, divertidos, y en ocasiones hasta de denuncia de ciertas fechorias de la web.

MORE BAKER: De signo LIBRA como yo, venezolana. Nos conocimos discutiendo, porque ella dice las cosas con toda sinceridad, y al final nos hemos hecho buenos amigos y compañeros de web. Tiene varios blog excelentes; a mi me gusta: "Al filo de la poesía"; porque en el fondo ella es una artista y poeta consumada.

FREYJA: Chilena santiaguina. Dice así: “Tengo un sueño... escribir algún día un libro, ahora ensayo con la vida lo que ella me da...” Dado que su sueño es el mismo que el mío, creo que compartimos, por lo menos, una importante afinidad en la vida. Escribe poesía muy bien, y ya ganó un premio de literatura. Sin duda va por muy buen camino.

VIVIANNE Y JOSEF: Nosotros Somos es un blog de dos vagos constructivos y sencillos. A mí me gustan las siestas y a ella salir de farra, pero no nos importa cambiar los papeles. Si lo visitáis veréis que aquí se publica de todo; y tenemos un apartado excelente dedicado a la literatura iberoamericana, en particular.

Esto es todo, un saludo a los que no han sido premiados, muchos también lo merecen. Pero sólo podían ser 7 en esta ocasión.

7 libros abiertos:

viernes, 26 de octubre de 2007

17

Necesito conectarme al cable…



¡Hey! ¿Dónde está el cable? ¿Lo habéis visto? Necesito conectarme al cable para escuchar mi música. Venga chicos, ¡dadme ya el cable! ¿No decís nada? Mirad lo que os digo. En mi casa tengo dos perros: uno negro y uno blanco. El blanco se llama Jim y el negro John. El blanco es más fiero que el negro y el negro más glotón. En casa hace siempre calor; yo vivo en Florida sabéis. Vaya… otra vez ese ruido. ¡Oh, Dios! No deseo oírlo, me enloquece. ¡Uf…! ¿Hoy no estáis lo que se dice la mar de habladores, verdad? Mirad… me explicaré. Si necesito un cable es para poder oír la deliciosa música, me pongo los audios me olvido de todo y tan a gusto. Además ¿sabéis qué? en casa ya lo habría hecho. Allí no tengo problemas con la música. No, ningún problema. Para empezar tengo dos… ¡dos! equipos de estéreo, sí. Y también dos coches dos lavabos dos neveras dos televisores y dos… Sí, también dos pipas, aunque no de fumar sino dos pistolones como los de Billy el Niño. ¿Estamos? No me falta nada ¿verdad? A que me envidiáis. En mi hogar soy el rey y cuando quiero me bebo los güiskis que quiero ¿No…?

Alto… Un momento… Y mi cortesía ¿dónde está? Me presentaré. Me llamo Frank, Frank Mc Graw y soy publicista. Aunque eso ya os lo dije antes, verdad. ¿O no? Bien. Oídme todos… Deseo aclararos que vivo en Florida y soy un buen tipo. ¡Esperad! ¡Eh tú el del bigote date la vuelta y mira! Sí… eso es, mira bien. Así. Creo… creo que debe de haber un cable por ahí. ¿Os estaréis preguntando que para qué necesito un cable con tanta insistencia? Pues porque quiero conectarme a los bafles para escuchar aquella vieja canción. Sí,¡
el Wish You Were Here!¿Estamos…?
Y… Jim, qué hacer respecto a él. El hecho es que de pronto quien me suena es ese tal, Jim… Oh, ahora lo veo ¡no! ¡No puede ser el nombre de un maldito perro, no encaja...! En realidad presiento que no tengo perros. ¿Y alguna vez dije que los tuviera? Je, je... Si es así perdonadme. Oh claro ya recuerdo, Jim… Jim y el negro John eran mis amigos de Florida. Soy de allí, lo dije antes. ¿O no lo dije…? Salíamos juntos a los catorce o quince. Sí, eso es. Los sábados nos dábamos un garbeo por aquel centro comercial tan horrible. El West & End se llamaba, si se terciaba ligábamos y fumábamos un poco de crak, naturalmente a escondidas. Pero no hacíamos daño a nadie éramos… eso, buenos chicos. Sí, buenos americanos...

¿Y Suzanne? Qué me decís de mi Suzanne. ¿Está buena no? ¿Qué no la vistéis en el aeropuerto cuando salimos? ¡¡Que no…!! ¿Decís que no? Vaaamos no mintáis. Os morís de celos porque destacaba, sí. Estaba más bien que las otras. ¡Hey, aguardad! Por alguna parte debo llevar una foto... La conocí, la conocí allí... Es decir en el West. Desde el principio me gustó. Veréis es… una mujer como debe... Fina y tan educada. Jamás te suelta una palabra fuera de tono ni contradice. ¡No, nunca! Y me quiere con devoción. Está a mi lado. Lo sé, lo sé… ¡¡Lo juro!! Sí, estoy seguro de eso. Y encima guapa y todo. ¿Querréis ver su foto, no? Vale… Pues después os la enseño…
Luego… aquella mañana pasó... Cathy escuchaba música cuando… – Vaya, sí, sabed que Cathy es mi hija de trece años – el cable del bafle saltó. Sí, ¡saltó! De hecho hubo un cortocircuito y nos quedamos a oscuras. Y entonces Cathy, que suele ser muy nerviosa se enfadó o se puso de… ¡qué se yo! Y empezó a gritarle a Suzanne y Suzanne por una vez – increíble sí – se salió de sus casillas y también le gritó a Cathy mientras Jim y John… ¡ladraban! ¿Menudo barullo no? – No... Jim y John son mis amigos – ¡Uf! Menudo lío... y menudo escándalo se armó. Era como… ¡como ese ruido de fanfarria que no cesa! Todos gritando, y yo necesitaba arreglarlo… Conectar el cable a oscuras y así poder concentrarme y escuchar la canción de la paz... eterna...
¡Oh, Suzanne, Suzanne! Ahora lo sé... Sé que también aquella mañana lloraste. Tú nunca me lo dijiste pero pude sentirlo. Tu rostro estaba húmedo cuando salí para alistarme. Antes nunca lo hacías, eras más dura. Pero cuando te dije lo de la guerra y… y que mis aptitudes eran válidas y mi disposición... fue distinto. El caso es que primero pareciste encajarlo tan bien y luego de pronto… tan mal. Sí, ahora pienso que esa probabilidad te alteró. Después ya no volviste a ser la misma, no hablabas. Y así todo un mes, el último mes antes de irme tampoco lo hicimos una sola vez. Oh, cielos, cielito Perdóna. ¡¡Perdóname lo del paro…!! El paro y los impuestos atenazaban y había que hacerlo, salir adelante, y conectarse… Conectarse al tren de la vida entendéis, esa era la respuesta y la mejor opción para afrontar la vergüenza de no hacer nada por tu país. Pero esto otro... Enfrentarme al ruido de las bombas.... Nadie... absolutamente nadie me dijo que hubiera que hacerlo y ahora. ¡Cielos…! ¡Cómo duelen los tímpanos, revientan! Y la cabeza y este ruido infernal que n
unca cesa. ¡Las cabronas están aquí! Así que es eso… ¡Bombas! De modo que estoy metido en la scabechina. ¿¡Es ésta ya la mierda de guerra, chicos!? ¡Decid, hablarme, contestar…! No, no puede ser... Si no iba a haber guerra aseguraron. Sólo era dar un paso y volver. ¿No íbamos de ejército pacífico o pacificador? Y ahora resulta que nada es cierto. ¡Oh Jim y John por lo que más queráis… contestad! ¡Dónde os habéis metido! ¡Decirme que esto no es real! Que estoy viviendo un mal sueño. ¡Quiero saber el porqué! Por qué me convencisteis para seguir adelante si no estáis a mi lado cuando más lo necesito. Por qué me convencisteis con frases tan resonantes si luego resulta que no pensabais venir. Y ahora... necesito tanto conectarme al cable de la vida. No vaya a ser que por un descuido la palme y… mira por… donde. ¡Aquí hay un cable! ¿Y este cable tan fino? ¿Servirá? No, qué va a servir si es… Es... ¿transparente? ¡Hey! Puede saberse qué mierdas hace un cable casi transparente aquí, chicos… ¿Chicos...? Veréis… Esto… Esto no es lo que necesito… No… ¡Oh Dios nadie me entiende! Vaya… No, no es razonable…
Increíble. ¡No – puede – ser! El jodido cable está… ¡Está insertado a mi brazo!


José Fernández del Vallado. Josef. 2007.


17 libros abiertos:

lunes, 22 de octubre de 2007

20

Misión de Cambiar el Mundo- Shalahim

Espero que visualizar este vídeo nos sirva para replantearnos como está la situación en más del 70% por ciento del mundo y tratar de hacer algo más de lo que hemos hecho hasta el momento; empezando por exigir a nuestros gobiernos que dejen de vender armas...

A continuación escribí un relato -lo hice días antes de ver este vídeo- que tiene bastante que ver. Espero que os guste. Un saludo amigos bloggeros!!


Carta de Zoa a quien quiera...

Me llamo Zoa, tengo quince años una vieja compu y una gran amiga que vive en un país pobre. Sí, de esos que cada día proliferan más, porque los poderosos del mundo antes que ayudar a los débiles prefieren hacerse cada día más ricos y soberbios. Deben pensar que con ofrecer promesas de felicidad y fortuna a la gente pobre del mundo a la cual anuncian por la tele, “su tele”- medio que en lugar de ayudar lleva cada día más a la bobería e incultura de nuestro mundo – basta para tenernos satisfechos con la generosidad del sistema –“su sistema”– que continúan llamando “democracia,” aunque yo por más y más vueltas que le dé ¡y se las doy! sólo puedo llamar “absurdocracia.”
Esto, por supuesto, no lo vi en televisión. Me lo dijo un profe muy listo que se las ingenia para enterarse de los trapos sucios del mundo y nos enseña que esos ricos, en tanto le ofrecen migajas de pan a los pobres, sentados en limusinas que mueve el petróleo -“su petróleo”-construyen fábricas de vehículos y encubiertas otras tantas de armamento, y cínicamente proclaman que habrá una “paz duradera” en tanto se forran a vender armas a los pobres del mundo para que se maten entre sí.
Paso mucho de los ricos, de quien no me olvido es de mis queridas amigas. El caso es que a Dala que tiene una amiga gordita y simpática que se llama Zoa, - sí, como yo – hace unas semanas le ocurrió algo.
Dala estudia mucho, quiere ser profe de atletismo, es buena deportista (y no es que el deporte esté en un momento boyante, pues los atletas en lugar de competir dignamente andan todos “dopaos.”) y para poder pagarse los estudios da clases de -¿se dice motricidad?- a discapacitados menores de edad en un destartalado centro de su ciudad del fin del mundo.
La cuestión comenzó cuando su amiga Zoa, creyendo que el secreto del amor reside en adelgazar unos kilitos, y que ante los ojos burlones de los chavales del barrio se pondría más guapetona, decidió gastar los ahorros que gana en el puesto de verduras del mercadillo; lugar donde trabaja sin sueldo fijo ni contrato; y se apuntó a unas clases de flamenco – ese baile español tan folcklórico, resultón y también agotador – y a las primeras de cambio se quedó sin zapatillas y dinero. Entonces Dala tuvo que prestarle las únicas que tiene, quedándose a su vez con unas sandalias gastadas.
Aunque ése no fue el problema. Lo verdaderamente malo empezó cuando en el vestuario... bueno, más bien “animalario” donde Zoa iba al flamenco, se contagió unos hongos en los pies. Y como las “zapas” las usaba también Dala, pues ambas se lo pegaron. Y ahí empezó lo feo.
Como ya dije su país es pobre y las cosas no funcionan bien sino al contrario. De tal forma la “Seguridad Social” que debería abarcar a toda la población se ha convertido en “Inseguridad Social” y sólo “cubre” lo cual es un decir –como no – a los que tienen dinero para pagar; o sea, a los ricos. Por lo que ambas para pagarse los gastos de las caras medicinas para la cura tuvieron que echar mano, en el caso de Zoa, del resto de sus ahorros, con lo cual dijo adiós al flamenco. Mientras que Dala gastó tal cantidad de su ínfimo salario que no le alcanzó para matricularse en atletismo y perdió el año.
Y así quedaron las dos, curadas de espanto o de milagro, pero con una “depre” de aúpa. Puesto que de golpe perdieron sus sueños.

No se rindieron; y decidieron infundirse ánimos. Para hacerlo un atardecer quedaron en el centro, que es la zona más rica y segura de la peligrosa ciudad donde sobreviven, y en realidad la única transitable. Caminaban cabizbajas cuando algo las hizo detenerse. Se trataba del escaparate de una preciosa tienda. Mientras lo miraban permanecieron clavadas en el lugar, fascinadas. Allí había de todo, bueno casi todo cuanto una persona puede desear y más... ¿Se le ocurrió primero a Zoa o a Dala? Ni siquiera lo recuerdan. Pero para acabar de una vez con sus penas tuvieron una idea un tanto radical; decidieron desvalijarla. La cuestión es que como ninguna era ducha en el tema tuvieron que recurrir a la pandilla de Lucas Morais do Valdés. Un ladronzuelo habituado a serlo por aprietos, pero la necesidad le indujo al deseo y el mismo al provecho y la ambición. En sus tiempos de mozuelo había sido novio de Dala y tras sopesar la propuesta le gustó y se decidió por ayudar. Aunque tampoco le importara atribuirse como propia la responsabilidad de la fechoría.
Y a la noche siguiente, con ayuda de un camión y su panda de vagos no les resultó complicado dejar limpio el bazar.
Al día siguiente Zoa y Dala salieron a pasear vestidas como... payasas. Sí, por muy elegantes y emperifolladas que se hubieran puesto así es como en realidad se sentían.
Tomaban un refresco en un lujoso local del centro, como es natural a escondidas, pues no querían que nadie del barrio las identificara disfrazadas de damitas y les hiciera preguntas indiscretas, cuando al lado de ellas se sentaron una mujer y un hombre. La mujer, sonándose con un pañuelito de seda, no paraba de lloriquear de forma desconsolada. Entre espasmos le contó al hombre su desgracia:
Habían robado su tienda y sin su negocio ya no dispondría de dinero para saldar la deuda del alquiler, con lo cual daba por perdido el local y no tendría más remedio que cerrar.

Al salir, impresionadas, ambas coincidieron. Aunque llorona, la dueña les había parecido una mujer buena y honrada. Caminaban pensativas, pues algo las inquietaba. Un par de manzanas más adelante de súbito se volvieron y llegaron a la increíble conclusión. Lo que les había gustado no era el hecho de poseer los artículos de la tienda, sino contemplarlos allí expuestos. Sí, lo que les había maravillado había sido la belleza del bazar, y en cambio ahora lo habían destrozado para siempre. Y al hacerlo, no habían hecho sino contribuir a desarrollar el odio y la pobreza de una sociedad cuya existencia estaba en equilibrio y malherida, a la vez que acababan con uno de los pocos rincones hermosos de su humilde y pobre ciudad.
Esa misma noche, sin mencionárselo a Lucas Morais do Valdés, quien en cierto modo era “bueno” pero se había ido transformando en un hombre posesivo y sobre todo, acostumbrado a acumular como un ratoncillo más bien de ciudad que de campo los artículos de sus robos, con fines de reinserción, cometieron el despropósito. Robaron las llaves del almacén y de la camioneta donde de momento ocultaban los objetos obtenidos tras el asalto, y de madrugada volvieron a poner casi todo el material – excepto lo que no pudieron cargar, claro está – en la tienda.

Días después Dala me llamó por teléfono. Fue sólo una corta llamada de apenas cinco minutos (lo cual ya es bastante). Me dijo que para poder matricularse el año que viene necesita ahorrar, por lo que ha tenido que vender su “compu”, y ya no podrá conectarse conmigo. Apenas le dieron cuatro perras por el cacharro pero... algo es algo no.
Ya que soy de un país – no mucho, pero un poquito más rico – me rogó si por favor la podría ayudar en lo que fuera posible; y en eso estoy.
Y puesto que los ricos prefieren tener sus millones a buen recaudo y cuentan y recuentan sus ganancias mientras los demás nos morimos de hambre y de enfermedades que no nos es posible curar por falta de dinero, yo salí a la calle, me situé junto a un semáforo con cinco mandarinas y comencé a hacer malabarismos. Algo que aprendí - ¿servirá para algo ir a la cárcel?- la vez que estuve un par de meses encerrada, cuando me detuvieron por robar en un Super... Así, poquito a poco, y si antes no se me hielan las manos con este maldito frío invernal, tal vez consiga reunir un dinerillo y enviárselo a mis amigas. Lo necesitarán de verdad. ¿Querríais echarme un cable? ¿Sí? Pues de momento me basta con que hagáis una cosa: Os pongáis a pensar en cómo salir del atolladero en que estamos todos metidos... ¿De acuerdo? Hasta la “proxi.”Un besote.

José Fernández del Vallado. Josef. 19 Octubre. 2007.


20 libros abiertos:

lunes, 15 de octubre de 2007

28

Sensaciones al borde del tiempo...




Desde un principio tuve la sensación, quien conducía no era yo. Había vehículos cuyos haces de luz se concentraban y formaban extravagantes simulacros de rutas sin orientación ni sentido.
Era un atardecer... ¿diferente? Una luz ocre y opal envolvía el firmamento hasta apresarlo y dotarlo de un matiz que lograba desatar nostalgias fáciles, de origen netamente desconocido y diferente a otras... veces. ¿Otras veces? No, esta vez nada era semejante. Todo resultaba indiscutible y anodino, de una tristeza absurda y sentimental, como un amor imponderable en su recta final.

Quien manejaba era yo o quizás no lo hiciera. Aunque en el fondo me daba igual, pues sabía que mi vida no estaba ligada a mis manos, nunca lo estuvo.
La ruta se adentró en un pasaje enclaustrado entre árboles ralos y enfermos; ascendió colinas yermas, recorrió explanadas sin término como desiertos calcinados de temperaturas mortíferas e intratables, hasta alcanzar la estructura de poliuretano sintético en la cual se introdujo.

En su interior vehículos tripulados por un solo piloto, por lo general trajeado y cuando no exhibiendo un gabán blanco mate, se arremolinaban y giraban sin aparente sentido. Los haces de luz encendidos enfocados o desenfocados, el gemido áspero y deshilvanado de motores extenuados en procesión solemne, distante y angustiosa; que se prolongó por espacio de días, semanas e incluso años...

Agobiado por una fatal sensación de pérdida olvido y sinrazón, alcancé el núcleo central y me di cuenta. Tanto mi vehículo como yo íbamos a ser absorbidos por la espiral que lo devoraba todo con desmesura y frenesí. Entonces lo hice; metí segunda pisé a fondo el pedal del freno y me detuve. ¡Logré detenerme! Los demás hicieron lo mismo. Y aquella nave enorme, de miles de kilómetros cuadrados, por primera vez en decenios se sumió en el más sepulcral silencio. No así los faros de los autos que seguían encendidos; y tras sus lunas, rostros crispados de tripulantes sin siquiera atreverse a mover se escrutaban con pavor.
Temblando me decidí. Abrí la portezuela me encaramé al capó del auto y afronté el deforme mar de carrocerías. El grito surgió de mi interior, roto, descomunal... desgarrado. Con un extraño matiz de estupor y de rabia generada durante progenies habituadas a funcionar con la precisión de relojes; generaciones sometidas al oscuro rencor del trabajo sin conocer un porqué; al lema del produce y obtendrás. Viviendo bajo terminologías necias y ansiosas tales como: Tala, esquilma, extrae, obtén, aprovecha, promueve, remueve, detenta, toma, quédate, posee, será tuyo, puede ser tuyo, no te detengas, sigue, corre, despierta, la vida puede ser tuya, la vida... ¿Qué vida?

Por eso expulsé y vomité:

¡Hasta aquí hemos llegado..!

Y el imparable avance de la humanidad se detuvo; el planeta conocido como Tierra se detuvo; el Sistema Solar se detuvo; el Universo se detuvo. Y ya nada tuvo sentido excepto la inexistencia misma de una profunda e inabarcable nada...

José Fernández del Vallado. Josef. 15 octubre 2007.


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martes, 9 de octubre de 2007

23

José María


23 libros abiertos:

lunes, 8 de octubre de 2007

14

El crimen del señor Tiziano.




No hay el menor asomo de fantasía o desvarío en lo que voy a contar, es un hecho real. Tomaba una ronda de ron junto a la hermosa Katia y Tim, su novio, en el chiringo del mono. Acababan de volver de un extraño viaje por antiguos rincones de Europa. Me lo contaron tal como a ellos se lo narró el viejo europeo que los invitó a pernoctar.

Sucedió en un país mediterráneo, durante un verano que no fue tal. Una noche en la que no hacía frío o calor, brisa ni viento, se oía la estridencia de los grillos, no circulaban coches, y menos había festejos nocturnos. Por no escucharse, ni el alarido de un mísero perro, pues los vecinos de enfrente, que por entonces tenían a su disposición todos los canes del barrio, estaban en el cortijo del sur, y se habían trasladado con su arsenal de perrería incluido.

Ahora imaginen una urbanización de treinta y cinco mil metros cuadrados en completo silencio y oscuridad, pues tampoco había luna y hacía una espléndida luna nueva. Y vislumbren – si son capaces de hacerlo– al hombre caminando en bañador en la oscuridad de su jardín a media noche, solo y aburrido, con el deseo de cumplir el vago propósito que había rondado su mente durante las horas del día sin éxito: realizar una cloración. Operación que consiste en verter sobre la superficie del agua (generalmente una piscina o una depuradora de aguas residuales) una cantidad específica de cloro granulado o en polvo, con el fin de mantenerla libre de cualquier impureza. Algo que en principio debía resultar sencillo. Sumido en el letargo de un verano de tedio y silencio el señor Tiziano, quien no tenía que ver con el ilustre pintor, olvidó ponerse los guantes. Tampoco esa parece ser la razón primordial de lo que sucedió a continuación, pues por lo general no solía ponérselos.

Nuestro hombre era una persona metódica y tenía contabilizados mentalmente cada uno de los arcos de piedra que conformaban el muro de la mansión en donde habitaba; así como los ciento veintidós escalones que había de ascensión desde el cuarto de la depuradora, donde recogió el bote de cinco kilos de cloro con sus manos sin guantes, hasta la piscina. Hasta ahí, todo, normal.

Indudablemente conocer el número de escalones dada la oscuridad suponía una clara ventaja. Otra cuestión está en adivinar el porqué no utilizó la linterna. Según recordaron Katia y Tim, pensó que en la oscuridad de la noche se adapta fácilmente la visión y para vislumbrar el perfil de las formas en la distancia, caminar sin linterna, podría resultar ventajoso. (Hecho probado y cierto). Lo que no pasó en ese momento por su cabeza, fue que con luna nueva y el cielo encapotado – como parecía hallarse – por mucho que uno se esfuerce no podrá ver una sombra a más de dos palmos de distancia.

Con precaución y casi haciendo equilibrios, el señor Tiziano comenzó a subir mientras contaba los ciento veintidós escalones que en suave pendiente lo encaminaban a su piscina. Y como hasta a un hombre inductivo y racional como él la mente puede jugarle extrañas pasadas, así sucedió.
Tras finalizar la ascensión esa vez no contó ciento veintidós, su mente se detuvo en... cuatro mil. Sudaba. ¿Sudaba? ¡Y cómo no hacerlo! Si calculó que habría estado ascendiendo durante cerca de tres cuartos de hora. Se detuvo mientras trataba de adivinar lo que tenía delante: Total oscuridad y algo quizá diferente. El olor. De todas formas, mientras subía, habían caído unas gotas, y como es sabido la lluvia impregna de aromas nuevos – y preciosos – la atmósfera, y en ocasiones incluso crea ambientes... ¿desconocidos?
El señor Tiziano no era la clase de hombre que se formule demasiadas preguntas, en cambio era capaz de encontrar explicaciones para todo aquello que no se ajustara plenamente a su razón. Y en ese momento las halló. Acababa de cumplir setenta y cinco años y por las mañanas sus huesos chirriaban cual oxidadas vigas de hierro que le costaba engrasar. Todo fue obvio en su mente otra vez. Había sido el cansancio, el tedio y su irreconciliable y mal llevada vejez. Estaba claro, de forma mecánica su cerebro había prescindido de la primera cifra: el uno, para a continuación sumar ambos doses, crear un cuatro y añadir tres ceros que no eran sino sutiles metáforas insertas en su rostro como gotas de sudor y agotamiento.
Cesó de resollar. Presentía el camino ante él. Estaba ahí, en alguna parte. Prosiguió. Y aunque no le pareció el mismo trazado que estaba acostumbrado a recorrer, se hizo una pregunta que lo liberó de las dudas y tensiones: “¿En la oscuridad qué es igual a qué?”A trancas y barrancas atravesó un arco oscuro, y de pronto se encontró en un recinto a cuyo alrededor altas cúpulas con terminaciones acabadas en finas agujas, señalaban a la noche.
Se detuvo, y se rascó la cabeza con inquietud. ¿Por qué de repente tardaba tanto en asimilar lo que su empobrecida vista de anciano creía ver? ¿Y por qué creía estar donde no estaba cuando en realidad estaba allí, en su piscina? La vio. Allí, en el centro. Quizá pudiera parecer – y así fue – más grande de lo habitual, pero sin duda era la piscina.

Depositó el bote en el suelo y procedió a abrirlo con cuidado. Aún así el polvo del cloro se introdujo en su garganta y le causó un escozor irritante. Para evitar las arcadas se giró. Sin mirar, aunque de todas formas no viera, tomó el vaso con medidas que había en su interior y sólo tras llenarlo un total de diez veces logró finalizar una vuelta completa a la piscina. Sí, todo estaba claro. Con la vejez las distancias en lugar de menguar se alargaban, lo mismo que el tiempo. En cuanto a la oscuridad, se convertía en solemne y preciosa, en tanto los aromas resultaban subyugantes y sinceros. Concluyó que había sido una gran experiencia realizar el proceso en plena oscuridad.
Cerró el bote y descendió. Esta vez tardó algo más de quince minutos, pero ya no se alteró, pues llegó a la edificante conclusión de que se acostumbraba rápido a su estado de vejez. Dejó el bote en el cuarto de la depuradora, cruzó el jardín, entró en la casa y agotado, se acostó.

A la mañana siguiente tras desperezarse fue a echar un vistazo a la piscina y se encontró la sorpresa. Estaba sucia, y apenas olía a cloro. Era como si la cloración no hubiese surtido el menor efecto. Aunque no se alarmó, pues imaginó que la lluvia habría afectado al PH. Vería que hacer algo más tarde.
Desayunó y salió hacia el pueblo. Compró el periódico y una vez alcanzó la plaza central, se acomodó en el bar de los filipinos, pidió un café con leche, y procedió a ojearlo. Y allí, en primera página, encontró la noticia que lo desconcertó por completo.

Los créditos del artículo decían:

“Salvaje atentado en templo jainista en la colina de Shetrunjaya. Estado de Jugarat, India.”

Y proseguía.

“El mayor pecado para la religión jainista consiste en causar daño a cualquier ser vivo. Los jainistas practican la no violencia. Su religión presenta una perspectiva igualitaria de las almas de humanos, animales y organismos microscópicos. Respetan a los insectos y muchos ascetas llevan incluso mascarillas para evitar tragárselos accidentalmente.

Arovechando la noche de luna nueva el eco-terrorista penetró en completa oscuridad en el estanque sagrado del templo de Adinath. Según los investigadores realizó una minuciosa cloración que acabó con la vida de las más de seis mil carpas, renacuajos, e insectos acuáticos que lo poblaban.

Una espectacular ceremonia por la masacre que tendrá una duración de una semana sume en el dolor a los ascetas de los más de mil doscientos templos que se encuentran diseminados por la cima de la colina.”


A la noche siguiente, con la esperanza de escuchar otra historia por lo menos tan buena, regresé a tomar un trago al chiringo del mono. Llevaba dos horas sentado y mientras esperaba sin éxito a que Katia y tim se presentaran, bebía. En una mesa a mi lado tres hermosas damitas no cesaban de reír. No cabía duda, lo estaban pasando muy bien. De pronto alterada una de ellas se incorporó gritando.
-¡Oh! ¡Una araña! ¡Una araña! Se me ha subido una araña...
Y con nerviosismo se hurgaba en sus largos cabellos.
No lo pensé. Me levanté dispuesto a ayudar. Y además, la chica era preciosa. De repente la vi y le advertí.
- ¡No te muevas! Está sobre tu hombro.
Volvió la cabeza y soltó la mano con intención de aplastarla. La intercepté en segundos en el aire, mientras con la otra recogía al bichito y lo depositaba con cuidado en la pared. Desapareció a toda prisa, moviendo sus ocho patitas como sutiles palillos maleables. Me volví hacia ella y sonriendo le dije.
- ¿Ves? No se puede dañar a los bichitos. Viven con nosotros y son nuestros amigos.... Y permanecí sonriéndola con cara de gandul idiotizado y los brazos en jarras.
Ella se alisó los cabellos y recompuso su desmadejada figura. Sólo entonces me habló.
- ¿Ah sí? Pues mira... Tienes razón. Claro. No eres un bicho precisamente. ¡Sino la cosa más paranoica que se ha cruzado nunca en mi camino!
Y me abofeteó un par de veces en la cara. Mujeres... Pierden los nervios y...

Dos años de relación y nos casamos. Para celebrar nuestro encuentro en nuestro viaje de novios decidimos visitar la célebre colina de Shetrunjaya, en el Estado de Jugarat, India.
Fue todo un éxito. Jamás la toqué, ni discutimos, ni me hizo falta hablarle fuera de tono, la quería y nos llevábamos de maravilla. Aunque debo reconocerlo a ella aquello le encantó... demasiado. Tanto que se separó allí mismo de mí y se convirtió al jainismo. Y nunca, nunca jamás que yo sepa, ha vuelto a intentar matar a una sola araña y menos pisar a una hormiguita...

En cuanto a mí, pues aquí estoy de nuevo, en el chiringo del mono. Espero a Katia y a Tim, regresan de uno de sus viajes. Mientras degusto una copa de ron me da por preguntarme si esta vez volverán... ambos, uno sólo, o ya jamás volveré a ver la inocencia de sus bellos rostros sonrientes...

José Fernández del Vallado. Josef. Octubre. 2007.

14 libros abiertos:

sábado, 6 de octubre de 2007

16

El talud.

Es un amanecer limpio, brillante y azul, pero helado. Por todas partes hay hielos que cristalizan donde antes crecían tallos tiernos de cárdenas amapolas…
La miro, una temible distancia nos separa. Ella está ahí, hermosa como siempre, pero al otro lado del talud y yo de este lado. Estoy solo. Antes era un hombre afortunado, creía tenerla. Era mi mundo, mi felicidad… Pero no, no la tengo, todavía no.

Los días eran largos, calurosos. El sol y la vida regían sobre la tierra y vagaba libre y feliz. Ahora no tengo a nadie, soy un cautivo cuyas manos se hallan vacías, débiles, y casi descarnadas. Pues soy prisionero de deidades blancas y frías como el hielo que envuelve mi alma y lentamente la entumece hasta convertirla en pétrea e insensible.

La observo desde la distancia, cada vez está más lejos. Pero yo permanezco con la imagen que me quedó aquella vez, cuando arrullados al calor de nuestro ardor, una noche estrellada, hablamos del amor. Sé que ella es lo único que tengo. ¿Cuántas veces no puedo verla, y no tengo nada y sigue estando alejada…?
Todavía recuerdo la alegre cortesía del encuentro y reconocimiento de aquel verano de ilusiones. Desearía poder caminar contra el viento, oponerme a los designios que en vano tratan de obrar que camine hacia delante, hasta alejarme de ella para siempre. Vuelvo a mirar y ella está ahí, al otro lado del talud y yo de este lado.
Me debato. Sueño con la fórmula mágica para hacerme invisible, llegar hasta ella, estrecharla entre mis brazos, besarla, y sentirla junto a mí…

La angustia me apresa, me inmoviliza ata y golpea. Pero aún no estoy vencido, ellos, (los malos) los que no me quieren, no lo saben. Todavía me queda un recurso secreto. Prolongaré mis despedidas de forma indefinida; expeleré mis mutismos confiando le atrape el sonido de mi infatigable ansia de vivir y entonces, ya nunca podrá crearse jamás el abismo que hoy nos separa… Y volaré, volaré junto a ella para siempre...


José Fernández del Vallado. Josef. 2007.

16 libros abiertos:

viernes, 5 de octubre de 2007

6
Free Burma!


UNETE A BURMA BIRMANIA EN PAZ Y LIBERTAD!


6 libros abiertos:

miércoles, 3 de octubre de 2007

14

Vacuidad.



Me levanté tarde y con prisas, debía hacer tantas cosas... Demasiado trabajo para un solo día, pensé. No me extrañó que el despertador no hubiera sonado, me había fallado ya en tantas ocasiones. Tenía mucha prisa y me vestí sin ducharme, afeitarme ni ¡masturbarme! y menos desayunar. Claro que tampoco había desayuno, pues la nevera estaba vacía. ¿Cómo era eso posible? ¿No la había dejado llena la noche anterior? No, seguro, lo había soñado. Cogí mi móvil para hacer unas llamadas urgentes y se acabó la urgencia. ¡Estaba descargado! Corrí a depositar el alimento a mis preciosos canarios y no había canarios ni alimento que ofrecer. La jaula estaba vacía. ¡Habían volado! Busqué a Loli, la gata traviesa, temiéndome el peor de los desastres y tampoco la encontré. Entonces pensé en Teutón mi perro alsaciano. Fui hasta su camastro, sabía que era un viejo dormilón pero nada... ¡no estaba! ¿Cómo? Imposible que hubiera despertado por su cuenta sin que yo lo sacara de su jadeante y pesado sueño. No, las cosas no cambian tan rápido me dije. Y en mi hogar algo estaba variando con excesiva velocidad; es decir... ¿Mi mundo me abandonaba?

Por casualidad miré a la pecera y... ¡mierda! ¿Dónde estaban mis dieciocho hermosas carpas de colores? Lo que sentí a continuación ya fue aparte de inquietud un extraño y desasosegante escalofrío.
Atrapé la chaqueta y la encontré rara... descolorida. Pero peor fue cuando se me ocurrió ponerme a contar los billetes de la billetera para asegurarme de cuánto dinero llevaba. Me encontré con papeles viejos, desteñidos, que nada tenían que ver con el dinero que recientemente había sacado del cajero. ¡Pavor! Corrí a mirarme por primera vez con detenimiento en el espejo y mi rostro, mi semblante, era el de un ¡octogenario! Rugoso, acartonado, poblado de canas. ¡Dónde! ¿Dónde estaba mi deliciosa juventud? ¿Quién… o qué clase de desgraciado había osado robármela?
Corrí hacía la puerta, entonces me di cuenta del insufrible dolor y fui consciente de que era incapaz de ir más rápido, pues cojeaba de una manera grotesca. Agarré el pomo de la puerta y en lugar de ceder se quedó entre mis manos. Y yo permanecí allí, temblando; detenido como un bobo ante el marco. Fue cuando sucedió.
La puerta chirrió, se abrió lentamente y detrás... Detrás no había… ¡nada! Es decir; sólo un vacío vasto, blanco y lleno por completo de una silenciosa… vacuidad.

José Fernández del Vallado. Josef. Octubre 2007.



14 libros abiertos:

martes, 2 de octubre de 2007

29

Épocas de Cambio.


Recuerdo que había vislumbrado muchas veces que aquello sucediera.
Llevaba varios años en mi despacho escribiendo mi novela “Épocas de Cambio.” Sabía, presentía, que iba a surgir un movimiento que lo convulsionaría todo en el mundo.

Discernía que las guerras cesarían de tener lugar como si fueran una vieja moda pasada; que los hombres prescindirían de la cruda ley del dinero, y por lo tanto, de sufrir hambre porque los ricos del mundo dejarían de ser ambiciosos y egoístas y repartirían sus riquezas con los demás seres hambrientos; que habría una lengua universal conformada a partir de cien mil lenguas diferentes; que los países poderosos se comprometerían a firmar tratados en los que cesarían de esquilmar las riquezas; que las mega ciudades se disolverían y la gente se expandiría por los campos para retornar al cultivo de la tierra; que habría tratados para impedir la proliferación nuclear y la circulación de los grandes petroleros por los océanos, y que finalmente el petróleo y la energía nuclear pasarían a la historia como recursos letales que pudieron acabar con la humanidad; que las religiones dictatoriales perderían credibilidad y poder para anular los avances más beneficiosos para el ser humano; que la gente comprendería que, o bien vivían en armonía en el mundo, o se extinguirían rápidamente sin conocer el amor, la paz, y un largo sin fin de sentimientos emotivos y satisfactorios, y etc.
Me di cuenta por primera vez al intentar abrir la puerta y salir a respirar un poco de aire. Estaba atrancada, no había forma de salir. Entonces me arrimé al ventanuco me aferré a sus barrotes y me puse a vocear con la esperanza de que mi madre me oyera y acudiera al rescate. Pero para mi sorpresa no apareció ella, sino un par de hombres uniformados que sonriendo me pasaron una escudilla con alimentos y algo de agua.

Alarmado, les pregunté qué sucedía. Si se había declarado una pandemia contagiosa o algo por el estilo. Ellos se rieron y uno, mofándose claramente de mí, me dijo:

Pero... aún no lo sabes, profeta.

De un bolsillo de su gabardina sacó algo y me lo dio. Era un libro. Leí el título y me quedé impresionado. Se titulaba: “Épocas de Cambio.”

Entonces lo vi claro. Yo escribía en el word del ordenador conectado a Internet. Y alguien, un haker o varios de los mismos, habrían leído mi obra y les habría parecido tan interesante y “revolucionaria” como para sin pedir mi consentimiento, expandirla como un virus por la red de internet. Aunque, pensándolo bien aquello no me pareció mal, pues de pronto fui consciente: debía de hacerse. Mi voz debía de oírse y difundirse en el mundo.

Claro que a la vez fui consecuente acerca de algo aún más peligroso. Toda clase de cambio implica atravesar antes por una vasta revolución que como una gran marea se lleva por delante a líderes e idealistas y ahora yo, estaba en la cresta de esa ola.

Pensativo volví a sentarme ante el ordenador, miré a mi web y allí estaban; los hakers de doce naciones felicitándome, insufándome ánimos y disculpándose por haber usurpado mi obra.
Les di las gracias por su trabajo y les señalé que aguardaban tiempos difíciles. A continuación les pedí sus correos electrónicos.
De nuevo volví a presentir algo y esta vez lo advertí con nítida claridad, pero sin saber exactamente el porqué me sentí aliviado de un gran peso. La sentencia ya estaba dictada. A la mañana siguiente yo “
Jesús redentor” sería ejecutado sin remisión en la “Plaza de la Cruz…

José Fernández del Vallado. Josef.

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