lunes, 27 de agosto de 2007

2

Un lugar con vistas al cielo.


Deseas hallar ese lugar con vistas al cielo. Y sabes que no eres más que agua que se estremece y evapora con el tiempo, y que el tiempo no existe, pero lo temes más que a la vida. Y sabes que vives porque la sientes a tu lado tan lejos o dentro de ti. Y sabes que apenas sabrás, pero que viviste para ver lo poco que viste y mereció la pena estar donde estuviste, rozando el cielo, o arrastrándote entre ideas certeras, quizá sin sentido, besando amores prohibidos, amando valles oscuros y brillantes que nacen y mueren como constelaciones en apenas horas o segundos de fugaces compromisos de amor y dolor...

Cuando sólo encuentras vacío y una mente sin sujeciones. Cuando te sientes encadenado y descubres que lo estás, pero a anclajes inexistentes. Y estar cómodo se convierte tan placentero e indolente como contemplar una laguna de aguas estancadas. Cuando al flexionar el cuerpo encuentras un físico desmadejado y enfermo, y rascarse constituye un acto de vandalismo corporal. Cuando la edad atrapa tu tiempo y lo fija con clavos a un muro de ideas erróneas, el silencio acecha una vida estruendosa y te vas persiguiendo a ti mismo. Cuando la vida es un sueño encerrado en una gota de agua, y si alzas los brazos deseando encontrar, no hallas más que un mundo de desdén y arrogancia. Cuando lloras en soledad cansado de hacerlo en público. Cuando asistes al martirio de muchos que son como tú y están al otro lado... ¿de dónde o de qué? Si corres por pasillos oscuros escuchando pasos de muerte a tu espalda. Si tiendes manos sin dedos repletos de cinismo. Si dices que eres igual y no miras porque no aprendiste a hacerlo, y tampoco te interesa. Si ves masas de hombres apilados unos sobre otros. Si la pasión es nexo conductor del amor pero también lo es del odio. Si el amor se transforma en odio y se reconduce en amor y es capaz de llenar cauces enteros de amor. Cuando el amor... Cuando deseas hallar ese lugar con vistas al cielo.

Sabes que no eres más que agua que se estremece y evapora con el tiempo y que el tiempo no existe, pero lo temes más que a la vida. Que estuviste rozando el cielo o arrastrándote entre ideas certeras o quizá sin sentido, cuando el amor se transformó en odio y se recondujo en amor y fue capaz de llenar cauces enteros de amor. Entonces deseaste hallar ese lugar... Tu lugar con vistas al cielo...

José Fernández del Vallado. Josef. 27 Agosto 2007.

2 libros abiertos:

domingo, 19 de agosto de 2007

7

MEME 8.

No sé muy bien lo que significa eso de “Meme” y la verdad, apenas me lo planteo. Lo hago porque alguien a quien quiero me ha señalado, lo hago porque, a fin de cuentas, resulta un buen examen introspectivo, y porque me gusta escribir. Y así, mientras, me exploro a mí mismo, de paso analizo el porqué de mi propia existencia. Ahí va ese Meme.

Meme de las 8 cosas.

1.No soporto una pizarra y una tiza o la tiza sobre una pizarra. De verdad, lo paso muy mal con la terrible dentera que me produce el chirrido de la tiza sobre la pizarra. Y sobre todo el tacto seco y desagradable de la tiza. ¿Quizá por eso fui un mal estudiante? Ni idea... Pero esa es mi simple y primera verdad.

2.Mis vicios imperdonables son coca cola e internet. Mis deudas pendientes con la vida: Ascender al volcán Villarrica en Chile, al cual, en su primer intento fracasé; bucear a treinta metros de profundidad en apena, cosa que a mi avanzada edad ¿soy ya viejito? no haré ni loco; ser un gran jugador de baloncesto de dos metros veinte, y como no crecí ni la mitad, tampoco lo seré; y encontrarme con un tigre siberiano en libertad. Sobre esto último, aparte de que desplazarse a Siberia cuesta un dineral, creo que a fecha de hoy, apenas quedan más de veinte tigres de siberia con vida, los cuales tampoco veré (ya los vi) más que encerrados en infectos y deprimentes zoológicos mal aseados.

3.Y esto, es algo que no suelo revelar así como así; ahí va: Tengo un oído “biónico”; es decir, perdí casi la totalidad de la audición de un oído y me puse un aparato. Esto pudo ser debido a las siguientes causas. a) De niño tuve una grave infección en el oído en cuestión. b) A partir de los dieciocho añitos comencé a asistir a toda clase de conciertos. Muchas veces me ponía en primera fila, al lado del panel de bafles; recuerdo que salía con los oídos zumbando. c) Mi afición al buceo, y en concreto a la apnea, me llevó a hacer cientos de inmersiones; en una de ellas realicé una mala compresión de los oídos, y uno de ellos, el susodicho, me comenzó a doler y tuve que ascender a toda prisa.

4.Odio las ciudades y la masificación. Así que asistir a clases en aulas cerradas repletas de alumnos en ocasiones me ha producido claustrofobia. Recuerdo una vez en el curso de la UNED, (Universidad para mayores de 25 años) tuve que dejar una clase de más de setenta alumnos cuando me puse a transpirar, me sudaba la frente el cuello, hasta las palmas de las manos, y me sentía mareado y enfermo. Después me ha sucedido en ocasiones.

5.Cada vez soy más misántropo. Es decir, pierdo menos el tiempo en charlas inútiles con mis congéneres. Y al contrario, me acerco más a los animales, pues he descubierto que se puede entablar una bella relación, e incluso casi hablar con ellos. Como la que tengo con mi perra Carlota; ella es mi más digna acompañante durante el verano monástico que por una vez he instaurado en mi vida, lejos de amigos y cualquier jaleo humano inhumano. Esto no quiere decir que me cierre en banda a los de mi raza, volveré sobre ellos y con ellos. Al fin y al cabo... soy uno más.

6.No sé por qué me caracterizo. Antes decían que yo era una persona simpática, agradable etc... pero... ¿hoy día qué soy? Creo que he aprendido o estoy aprendiendo a convivir conmigo mismo y con mi soledad. Antes no podía aguantarme solo; en cambio ahora valoro mucho estos momentos de relax. Lo que me gusta realmente es encerrarme en mi música y escribir los sueños que mi mente proyecta en papel. Hace un par de años le daba mucha importancia a que me leyeran, en cambio ahora... ¿me he vuelto indiferente? No lo creo. Pero me tomo las cosas con más calma. Sé que lo que tenga que venir vendrá y yo no podré impedirlo, aunque sí podré encauzar un rumbo más o menos variable al compás de mi vida.

7.Si... me gusta el mundo. O lo bonito que aún pervive de él. Me defrauda ver como la filosofía occidental que una vez fue rica en recursos humanos, filosóficos y pensantes, se sume en la decadencia de una máxima que nos está llevando a la destrucción: “Sin DINERO, no somos nadie.”

8.Y por último amo el amor. Aunque debo reconocerlo. ¡Amar de verdad es a veces tan difícil! Pero eso es debido a nuestro propio egoísmo. Hace años me costaba amar mucho, era más superficial. Hoy en día he aprendido a valorar más justamente la vida y el sublime papel e importancia que el amor juega en ella. Sé que debo amar dejarme amar y ser amado; sé que sin amor la vida se convierte en un pozo sin fondo, y sé que sin el amor la vida está condenada a morir. Pero sobre todo sé que la vida no es eterna, en cambio el amor, cuando es fuerte, cuando es duradero y real trasciende a la misma vida en sí... Así creo y me gustaría pensar que en el fondo está compuesta la naturaleza de los seres vivos: de un importante poso de amor...

Bien lo hice. Creí que no podría pero aquí lo tenemos. Mi Meme; el Meme de Josef. Ahora les encomendaré mi tarea a los siguientes amigos blogueros. Espero que con inspiración, pero sobre todo deseo y amor puedan llevar la labor adelante:

http://iolanthe.blogia.com
http://www.sonidosevero.blogspot.com/
http://www.freewebs.com/honeyrocio/
http://www.reforestame.blogspot.com/
http://www.aqui-abajo.blogspot.com/
http://www.rubengarcia-sendero.blogspot.com/
http://www.gotitasdemialma.blogspot.com/
http://lautopicarealidad.blogspot.com/


7 libros abiertos:

viernes, 10 de agosto de 2007

2

Color lila.


Las oficinas de la administración estatal de Randinabat son un caos. Un hormiguero interminable. Se accede a ellas por sombríos túneles sin apenas luz hasta desembocar en una inmensa sala circular de techos abovedados, franqueada por ventanales cónicos de vidrios coloreados, dominada por un par de ventiladores gigantes, cuyas apariencias intimidatorias recuerdan a aquellas del molino que embistió un aguerrido Quijote en un lugar de cuyo nombre no llego a acordarme. En el recinto, con la diligencia de un ejército, y vigilados por impresionantes hormigas soldado trajeadas de azul marino, evolucionan cientos de funcionarios de pelo negro y chalecos grises, que sin embargo no parecen llevar a término función alguna en concreto.

Las de mayor rango dan la impresión de ser aquellas funcionarias que atienden acomodadas en sus brillantes sari en amplias mesas de atención al cliente. De las cuales parten larguísimas colas compuestas por la variopinta gama social de un país de extensión generosa y límites insospechados.

Una de ellas, de ojos redondos como nueces, cabellos trenzados, nariz ganchuda, sonrisa de águila y labios de sangre, me atiende sin desplegar un mísero gesto de beldad, dejando en cambio entrever sus poderosas garras armadas de lascivia.

Le explico el robo del que he sido objeto tras aterrizar en el aeropuerto. El cual, trato de aclarar, me pasé denunciando las últimas cuarenta y ocho horas en la comisaría de la calle Hipriatnatbarat. Asimismo le expongo mi estado de turista indocumentado y le pido me extienda un salvoconducto provisional a instancias de mi situación, hasta que sea debidamente resuelta por la delegación de mi país.

Durante el tiempo que transcurre mi exposición -observo- ni siquiera se limita a alzar la mirada y continúa escribiendo. Parece más entretenida en rellenar una especie de formularios que en lo que tengo que decirle. Hace más de cuarenta grados centígrados y mi cabeza y mi piel se encuentran embutidas en una lata de sardinas en aceite; y dada la intensidad y el gusto del aroma, el componente parece exceder bastante su límite de caducidad. Pero para la funcionaria Shiwarta Phesawarita - leo en su tarjeta de identidad adherida a su sari- debidamente inmunizada contra el calor y la peste reinante, mi estado o mi tufo no vienen al caso.

Eleva la mirada, apoya los codos sobre la mesa, entrecierra los ojos y pregunta.

- Y bien... ¿Qué espera que hagamos por usted?

Titubeo confuso, realizo un gesto impreciso con ambas manos en el aire y exclamo airado.- Pues... Lo que tras cuarenta y ocho horas de espera me indicaron en comisaría.

Arquea las cejas. Y por primera vez su rostro reluciente parece verdaderamente interesado.

- Y dígame. ¿Qué fue exactamente lo que le indicaron?
- Que en este lugar me harían un salvoconducto provisional y...
- ¡Imposible!
- ¿Cómo...?

Se detiene un momento. Abre un fichero, saca una hoja, la observa con detenimiento. Alza un dedo en el aire y a la vez que me lo muestra, sentencia.

- ¿Ve este papel?

Lo veo pero no entiendo nada en absoluto.
- Aquí lo dice claramente. No señor. Aquí no extendemos esa clase de salvoconductos.
Un mareo invade mi cuerpo, tengo hambre, sed, ganas de orinar. A las cuales se suma una intensa impresión de ahogo y sofoco. En realidad me falta el aire y la presión me excede. Prosigue.

- Un documento así sólo puede expedirlo la policía.
- La... Oiga. Me está diciendo que después de todo eran ellos quienes deberían y no...
- Exacto. Policía, proclama.
- Pero ellos me aseguraron que ustedes eran... quienes...
- Nosotros nunca. ¡Jamás!
- Un momento. ¿Podría hacerme el favor de ser más clara? ¿Qué quiere decir?
- Quiero decir ¿señor...?
- Morales.
- Sr Morales debe usted volver a las oficinas de comisaría y reclamar el salvoconducto al cual tiene todo el derecho de...

Al otro lado de la sala retumba una detonación. Fragmentos de alicatado y un polvo espeso cubren la sala. A continuación, toses, segundos de silencio y estupor. De repente un segundo estallido pero ahora de alaridos, gritos, gemidos, llantos de miedo y dolor. Hay un corte de luz, seguido de más gritos, aullidos de facto inhumano y gemidos. La sala queda en penumbra. Las colas de gente que aguardan en la zona donde estamos se agolpan sin control mientras empujan y aplastan, tratando de ganar posiciones a los de delante. Se oye el ulular de sirenas de las ambulancias y también de la policía que interviene y sin mediar palabra, comienza a repartir mandobles con sus porras de acero. Me encojo sobre la silla y apurado, casi histérico, pregunto a la funcionaria.

- ¿Qué pasa? ¡Qué ocurre!
La funcionaria Shiwarta Phesawarita saca un espejito de un bolsillo naranja que pende de la espaldera de su silla, hace un aspaviento con las manos en tanto se maquilla las mejillas. Y dice.

- Nada. Una bomba.
- Bomba ¡Una bomba! Clamo aterrado.
- Si, señor Morales. La tercera en seis meses. A los radicales no les agradan las instituciones del Estado.
- Ya... Digo mientras resuello agitado.
De pronto una fila de hombres acosados por la policía irrumpe saltando sobre la mesa de la funcionaria. Tras esquivarlos, con la actitud de un desvalido, me vuelvo hacia ella y aprisionando con desesperación sus manos entre las mías le pido.

- Mire usted señorita Shiwarta, tiene que ayudarme. Verá... Me encuentro en una situación angustiosa y muy difícil...
Permanece mirándome distante, fría, con ojos imperturbables. Y añade.

- Sr Morales... Voy a pasar por alto su actitud porque es usted extranjero. Pero aquí esas confianzas no son de nuestro agrado. En cuanto a lo de difícil - Inquiere sin siquiera mírame - ¿No ve usted los cientos de personas que hay aquí? Si escuchara uno sólo de los problemas de cualquiera de estos hombres comprendería lo que es encontrarse en una situación realmente difícil.

Incrédulo, miro de reojo a la funcionaria. Me incorporo sobre la silla tiro bruscamente de sus manos y le suplico.

- Por favor, lo necesito. ¡Hágame el maldito salvoconducto! Sé que está en su mano. ¿No comprende que es necesario para que pueda salir de... de esta locura de lugar?

La presión es casi insoportable. Como en una diminuta isla estamos rodeados de gente que nos observa con miradas ajenas. Sin embargo, pese a lo extremo del momento, la funcionaria no parece alterarse ni da por concluida su sesión. De repente se oye una nueva detonación de mayor intensidad. Los cimientos tiemblan. Sobre la mesa aterrizan trozos de ladrillo, cal y alicatado. La funcionaria alza la cabeza teñida de blanco hacia el techo y alega.

- ¡Vaya! Parece que hoy van más en serio.

En esos momentos, me convierto en un aterrorizado cúmulo de nervios que sólo desea lograr su objetivo al precio que sea necesario. El griterío de nuevo es ensordecedor. En cuanto a la policía, mediante su labor no hace sino incrementar el pánico y con ello el número de muertos y heridos. Fuera de control, le increpo.

- ¡Ya estoy harto! Exijo me rellene ese salvoconducto por narices. Y alego. ¡Soy ciudadano de la Comunidad Económica Europea!
Me mira. Por primera vez parece satisfecha o quien sabe, quizá feliz. Pero no está feliz.

- Ya y usted por eso mismo se considera un... ¿ciudadano de primera clase? ¿No es cierto? Se lo dijeron y usted se lo creyó como un memo.

Sumido en la algarabía reinante la miro estupefacto. Balbuceo. Trato de cambiar mi imagen. Pero ya es inútil, está hecho.

- No... no...
Como un manantial brota de su garganta, crece y se extiende su risa. Haciendo equilibrios se sube sobre la silla alza ambos brazos en alto y mirando en todas direcciones, grita

- ¡Heyyy! ¿Sabéis una cosa? ¡He encontrado a un ciudadano de primera clase! ¡Lo tengo aquí conmigo! Parece un tipo importante. Sabeis... ¡Tiene mucha prisa!

Y prosigue riéndose. En realidad ríe y ríe sin cesar. De pronto los hombres que están a su lado se contagian y comienzan también a reír. En unos instantes todos, heridos, niños viejos, paralíticos, leprosos, prostitutas... ríen con una felicidad desbordada. La carcajada se extiende por la amplitud del recinto como un eco alegre, feliz y vital...

-Saya-ng-kaa-laam. Dice ella mirándome divertida y risueña.
-¿Cómo dice?
-Naa-lai-ku. Naa-lai-ku. Vuelve a decir.
-Perdone... No entiendo. ¿Podría hablar en mi idioma?
-Vi-diya-kaa-laai. Murmura.

Con el semblante impregnado de una digna serenidad se baja de la silla, se introduce en la masa y desaparece unos instantes. Pienso que tal vez al fin haya entrado en razón y se ha decidido a consultar si debe concederme mi –razonable - petición. Pero no... La descubro de nuevo. Habla con los de seguridad. Me señala. Dos hombretones se acercan a mí me aprisionan por las axilas y me cargan a rastras. Lo último que oigo pronunciar a Shiwarta es un: “Bienvenido a nuestro país, Señor Morales.”

Forcejeo, grito, protesto. Recibo un contundente golpe en la cara que me deja en estado comatoso.

Ahora estoy en la calle; lo veo todo lila. La gente el ambiente y las bellas mujeres visten de lila..., el cielo está igualmente de un bello y sorprendente color lila...
Hay un tráfico intenso, motos ocupadas por tres cuatro y hasta cinco pasajeros, taxis abollados, viejos camiones, autos, vacas atravesadas en medio que todos esquivan, mientras circulan al tiempo que hacen sonar sus claxon junto a la marea lila de gente que inunda la acera y pasa casi sobre mí sin llegar a pisotearme.
Estoy sentado con las piernas cruzadas y la cabeza inclinada, mareado y hambriento. La alzo. En ese instante se detienen ante mí dos hombres sudorosos que portan un pesado espejo rectangular, entonces me veo reflejado por primera vez tal cual soy ¿ahora? ¿Desde cuándo soy así? Mi pelo es larguísimo y se encuentra recogido en un peinado de moño alto; mi rostro es afilado, con ojos pequeños y brillantes; mi caja torácica es un saco de huesos al desnudo teñido por un acartonado bronceado; mis caderas endebles están apenas cubiertas por una fina gasa de tela y mi único brazo, delgado y quebradizo como un palo de billar, con la palma de la mano extendida boca arriba, aguarda el momento preciso.
Uno de ellos termina de saborear un resto de pollo y lo arroja. El hueso se precipita volando; con agilidad fulminante muevo unos centímetros el brazo y aterriza sobre mi mano. De forma inmediata sonrío al hombre y musito una corta oración. Doy gracias a Shiva y comienzo a roer con feliz parsimonia mi ración diaria de amor y humildad en mi mundo color lila, mi pequeño mundo de novecientos millones de almas...


José Fernández del vallado. josef. /09/08/ 2007.


2 libros abiertos:

viernes, 3 de agosto de 2007

1

Hasta la Cima.






Comencé por su base
ascendí hasta la cima
descubrí una altiplanicie devastada
por oleajes de frívolas pasiones.

Arañé su carne buscando
la sensualidad
de más vida sobre vida;
y la carne me desterró
a un placer revenido.

La belleza señaló mi materia
como segmento
de un destino imprevisible,
y mi organismo se despeñó en un abismo
húmedo, turgente, sedicioso,
por el que mi sólido ilusorio merodeó
cual marioneta condenada.

Subí hasta la cima y sobre sus senos
repté dispensando besos cual Eros,
lamiendo vientres
de vestales bicéfalas.

Penetré eyaculé y engendré
vidas de cuarenta segundos natos
evanescentes y divinas.

Subí hasta la cima
y en ella me encadené
con mi simiente
incrustada en sus mismas raíces
para no tener nunca más que girar
la vista boca abajo…

José Fernández del Vallado.



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