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Amor.
Llego a clase por las mañanas y ya está en su sitio: Estela vestida de azul...
Distingo su silueta, le sonrío, aunque ella nunca se fija en mí y ni siquiera me observa. Me siento justo tras ella, aspiro su fragante perfume mientras adivino su perfil fino y ajustado dentro de su prenda.
A veces alargo una mano y con disimulo rozo su espalda durante breves instantes, ella no se da cuenta, y mi materia se estremece del placer.
La profesora nos invita a leer ciertas veces en alto párrafos de Cervantes y otras de García Lorca. Interpretados por la tenue, inaccesible voz de Estela, los versos del poeta asesinado apenas suenan audibles, pero no son sólo hermosos, sino intensos, y exhalan esencias a libertad y a promesa.
A Estela se le cae un objeto del pupitre: un lápiz, el bolígrafo, el sacapuntas; yo acudo a recogérselo y se lo deposito de nuevo en su lugar. Suelo hacerlo antes de que ella se aperciba, pues no merezco que me dé las gracias ya que para mí tenerla ahí, tan cerca de mi existencia, ya es un enorme regalo.
Vuelvo los atardeceres y ya está en su sitio: Estela vestida de azul…
Admiro su difusa figura y sonrío. De improviso abandona su aspecto de sombra absorbida en la opacidad, parece advertirme, y sonríe también. Es en ese momento cuando en mi percepción sus contornos cobran vida; sus ojos se tornan de diáfano cristal azulado; sus labios palpitan como anémonas carnosas y sonrosadas; sus mejillas se impregnan de escarlata, sus manos pálidas, suaves, recorridas por arterias azulinas que discurren cual frágiles ríos sinuosos, se alargan en un intento de tocarme y entonces la veo como siempre la sueño: "Estela vestida de azul." Y nos falta un tris para encontrarnos. Sé que la amo y ella también a mí. La imagino tan bella… Todo en ella me impresiona. La deseo, quiero besarla, sé que no hay nada en el mundo igual a un beso suyo. ¡Y ella está delante de mí!: Estela vestida de azul…
La profesora deposita el libro sobre la mesa sin hacer ruido; porque en mi vida no existe el sonido y el mundo puede ser un lugar muy silencioso. Pero hoy mi corazón está alegre y canta muy alto, lástima que ni ella ni nadie puedan oírlo.
Nosotros lo palpamos, lo abrimos, colocamos los dedos sobre las páginas en relieve de Braille y comenzamos a descubrir los fascinantes conceptos de Neruda. Mientras, ante mí, no ceso de entrever admirado el radiante halo que exhala el contorno de Estela vestida de azul…
Dedicado a los invidentes y sordomudos de este mundo. Quienes pese a sus carencias y precisamente, debido a ellas, alcanzan límites de sensibilidad que nosotros nunca podremos inventar o tan siquiera imaginar...
José Fernández del Vallado.Josef.2007.
Estela vestida de azul...
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Reflexión.
Los rincones de la casa son dobleces de intrincada simetría. Busco localizar amaneceres en los que reflejar la doble helicoidal de una filosofía desahuciada a través de una eternidad en declive no cueste excesivo trabajo.
Reflexiono - ¿qué soy?- Cuando no merecí existir más que quien aún no existió y nunca existirá...
Pero estoy. Cuando apenas discerní por completo su significado, ya que ni siquiera se qué representan las terminologías axiomáticas: “Estar y aquí.”
Me miró sin ver mi realidad cada mañana. El espejo desgastó mi imagen y la transformó en fortuita a base de refractarla. Recorro espacios inventados en un hogar que creía conocer y me resulta desconocido cada, hora, minuto y segundo...
Me basta girar el juicio una fracción decimal negativa y cambia el panorama. ¿Para qué necesito ir más lejos? Cuando puedo estar cerca o a décadas de distancia con apenas mover un dedo la mente.
Trato de sorprender por su reverso al amor. ¿Cómo es el amor si lo sorprendes por el envés? ¿Puedes atrapar al amor y hacerlo tu prisionero? Apresar una circunstancia. ¿Es el amor circunstancia designio o fatalidad? ¿Hay amor en mi hogar en mí o en la vida, o todo es una farsa para sobrevivir al paso de un tiempo inexistente? “Sabemos” que hay “tiempo” porque decidimos medirlo o porque lo sentimos. Pero... ¿es posible sentir? O es una ocurrencia que se nos escurre... ¿Existen los sentimientos? O tan sólo es una palabra. Siento miedo porque me enseñaron a copiar qué es el miedo, siento alegría porque la copié... ¿o estaba ya dentro de mí?
Afuera está la calle, yo estoy dentro. Sin embargo no necesito estar dentro para descubrir si vivo fuera o dentro de la vida. ¿Estoy dentro de la vida o fuera? ¿Dónde están los límites? ¿Estuve vivo antes de vivir...?
Mañana entrará un nuevo día. ¿Y por qué hoy no es ya el mañana? ¿Acaso no podemos estar dentro de o fuera de cuando lo deseemos...?
¡Hasta pronto!
José Fernández del Vallado. Josef. 2007
Reflexiones sin refracción.
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amor,
drama
Me da miedo el perfil de nuestra generación inventada a base de pilas de litio, coca cola soda y whisky cutty shark con limón. Me dan miedo los amaneceres turbulentos en los que ves discurrir nubarrones grises más rápido que los propios pensamientos. Me da miedo mirarme en el espejo de la vida y no descubrir mi identidad. Vivo con miedo a vivir porque el miedo se introdujo en el porqué de mi vida cuando por simple descuido lo dejé infiltrarse en mí interior. Duermo estirado como un palo de yeso que suda, camino acurrucado como una tortuga en su caparazón, no me gusta el granizo cuando golpea en la uralita del tejado y menos los rayos del sol que causan costras en mi piel. Soy de cartón piedra y me desintegro con el sonido que produce la vida a cientos de decibelios.
Solía ir a ver a Rudy al chalé en donde la tenían. Estaba siempre en el mismo lugar; los ojos abiertos, la mirada diáfana, cristalina, con la expresión impertérrita desde el día en que el accidente la hizo enmudecer.
Me sentaba a su lado y si había suerte y el firmamento se invertía en constelación contábamos las estrellas anaranjadas sobre su oscuridad palpitante. Decían que su corazón había muerto volviéndose frío como el acero y no era cierto, pues una vez al año, el día de los Santos Inocentes, recordaba la broma que Felipe le jugó en la noria al bajarse de ella en marcha y dejarla arriba llorando y lloraba, pero de felicidad.
Felipe se marchó a la guerra. La que perdió la humanidad contra los hombres. Allí murió para siempre el ser más grandioso y pesado del mundo, con sus ciento treinta y cinco kilos de masa y metro noventa de estatura. Ardió como un coloso en llamas entre pilas de archivos, cuando las bombas sentimentales le resquebrajaron el alma.
Dicen que desde entonces Rudy es incapaz de amar, de hablar de caminar... ni tan siquiera de percibir los colores y menos, claro está, los olores. Y allí permanece, sobre su silla de ruedas de tracción mecánica, en la terraza donde la tienen, siempre en el mismo lugar desde el día del accidente.
Lo sabemos; la vida nos lo arrancó todo; promesas, deseos, anhelos, ilusiones y sobre todo cariño, pero acabamos de descubrir que, aunque en pequeñas dosis y frágil, tenemos algo precioso; es todo lo que nos queda, nadie podrá arrebatárnoslo. Aparece de pronto nos habla y une y aunque sepamos que la vida nos desnudó y laceró para siempre nadie lo logrará.
Me siento a su lado y si ninguno estamos demasiado dopados, cuando sabemos que nadie podrá vernos, nos miramos a los ojos en la penumbra y esbozamos una sonrisa; al menos ella lo hace mientras una de sus manos raquíticas, casi atrofiadas por la parálisis, recorre mi semblante y se posa en mi regazo. Entonces tenemos una certeza que ni siquiera las paredes vacías y grises del psiquiátrico, la mirada gélida de los celadores que nos manejan como a maniquís desmembrados, o la vasta crudeza de los despertares fríos en resquebrajada soledad matinal, serán capaces de encubrir. Quien nos visita no ha muerto y aunque no recordemos su nombre, lo sabemos, quien nos visita no ha muerto, y alivia nuestras vidas en dosis suficientes como para hacernos vislumbrar que no moriremos sin haber hecho algo grande en la vida...
José Fernández del Vallado. Josef. Diciembre 2007.
El perfíl de nuestra generación.
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