sábado, 10 de febrero de 2007

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Soñador Anhelante.






Me he convertido en un soñador anhelante y alegrarme es la primera ilusión de mi existencia…

No recuerdo con exactitud porqué estaba allí y cuál fue el primer día que me alisté. Pero sí me viene a la memoria perfectamente aquel amanecer, en apariencia cualquiera, pero diferente. Eran las seis de la madrugada, el cielo presentaba un matiz sombrío y los cañones no cesaban de tronar. No llevaba el equipo adecuado, temblaba de frío e iba sin impermeable; y al desembarcar las viejas botas de suela de cáñamo hicieron agua en los charcos llenos de barro. Avanzaba deprisa, agachado, mientras de forma milagrosa, un concluyente silbido de balas y artificio parecían evitar mi escuálido físico. Y yo, con tal de trampear la partida de la vida, me arrastré embozado entre los cañaverales.

Divisé la entrada del búnker a menos de cinco metros y en sus férreas aberturas vi asomar el acerado cañón del fusil ametrallador. Me dije a mi mismo: “Más vale prevenir que curar” y me dispuse a rematar la faena. De improviso tuve una extraña sensación: No sentí miedo ni deseos de reflexionar, tan sólo un impulso especial y desconocido me indujo a aventurarme en el interior de la defensa.

No me oyó entrar. Estaba de espaldas y el único objetivo en el que centraba su atención era observar por la abertura.
No hablé. Se giró con soltura nada más oír el percutor de mi pistola y permaneció mirándome con aquellos ojos diamantinos, plegó el entrecejo en un susurro y me dijo:

- A qué esperas, hazlo ya...

Sencillamente no fui capaz pero ella, el amor que siempre anhelé, lo hizo por mí.


Escapamos de la fortificación, descubrí el lugar donde estaba enterrada su hija Lissete. Los anocheceres me tendía junto a su cuerpo doliente, lo abrazaba con todas mis fuerzas y juntos llorábamos hasta el alba. Los amaneceres, cuando ella se dormía, recogía flores: malvas, lirios, rosas rojas, amapolas, y las depositaba sobre la sepultura de su cariño.
En meses sucesivos me enamoré de su delicada cabellera rubia, de su abierta sonrisa, de su manera de angustiarse en los días de monótona lluvia, de sus manos suaves y fibrosas, de su forma de punzarse los labios cuando algo le contrariaba y sobre todo, del aroma agradable y acentuado que exhalaba al retornar junto a mí y atravesarme sin verme.

Sí, me he convertido en un soñador anhelante y alegrarme al descubrir los fugaces instantes en que ella siente mi presencia, se detiene, fuerza la vista sin éxito y con dolor considera su lamentable error, es la primera ilusión y colma mi existencia como sobrenatural esencia incorpórea…


José Fernández del Vallado. Josef. 2007.


1 libros abiertos:

Ameba dijo...

Ke hermosa historia de luchas , batallas y una esperanza latente y ese nunca dejar de soñar me enkanta la forma en ke la narras exkisita :)



un besote

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