viernes, 30 de mayo de 2008

19

El Miedo de Iván.

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Iván era uno de esos muchachos a quienes tras echarles un vistazo tu instinto te permite presagiar que no vivirán para contarlo. Era un hombre algo más que extraño, era desconcertante e insólito.
Conocí a Iván o mejor dicho me conoció él a mí el día en que se me ocurrió apuntarme a unos cursillos de escalada libre y me quedé atrapado sin poder subir ni bajar en medio del escarpe de un barranco.
Llevaba dos horas estancado en aquel lugar endiablado y ni tan siquiera el profesor del cursillo se atrevía a venir a por mí cuando apareció; llegó hasta mí, me invitó a un cigarrillo, y me contó que su novia le había dejado. Y a continuación me preguntó si le podría ayudar a recuperarla. Naturalmente le dije que a cambio de que me sacara de allí. Él miró hacia el vacío y sin sentirse afectado, me dijo.

- ¿De aquí? ¡Pero si no hay nada!

Y luego con la seriedad más absoluta dibujada en su semblante, me preguntó.

- Dime… ¿Qué viniste a buscar?

Mi respuesta fue una mirada de pánico y desconcierto total.

La cuestión es que Iván era un hombre forjado con el carácter y la estirpe de los héroes. Era el tipo con menos miedo que haya conocido jamás. Practicaba toda clase de deportes de alto riesgo con una naturalidad pasmosa. Mientras te veías a ti mismo y a los demás tensos por el miedo minutos antes de saltar de un avión a tres mil metros de altura, lo descubrías a tu lado leyendo; eso, cuando no te estaba contando cualquier banalidad; como las lechugas podridas que había comprado en el mercado aquella misma mañana.
Iván practicaba escalada libre, saltaba en paracaídas, hacía puenting, rafting, karting, apnea, salto de trampolín olímpico de diez metros, buceo entre escualos y trabajaba en un terrario de víboras venenosas en el cual, al llevar a cabo la selección de empleados, solo se presentó él porque nadie estaba tan loco como para desear acabar revolcándose podrido tras recibir un recuerdo emponzoñado de uno de aquellos exóticos bichos letales.

Sin embargo, a pesar de todo, Iván era un ser humano averigüé en seguida. Y como todos los hombres, se caracterizaba por poseer ese instinto que nos convierte en potencialmente imbéciles y peligrosos: “El miedo.”

Iván solo le tenía miedo a una cosa, pero era un miedo cerval, un miedo que le hacía ser un hombre sin amigos. Bueno, con apenas uno: Me tenía a mí. El día en que descubrí su pavor por primera vez lo encontré vulnerable, desvalido, y sentí dolor y apego por él. Porque su miedo era el peor que pueda sentir un hombre; le tenía miedo al AMOR.
Naturalmente aquella novia que prometí ayudarle a recuperar resultó irrecuperable; él mismo la dejó desahuciada. Hablé con ella y me comentó que estaba loco, pues días antes la había hecho saltar desde un puente borracha. Por otro lado me pareció algo engreída y me sentí confortado de que la cosa no hubiera prosperado. Pero a partir de ahí iba a presenciar un lento suplicio que nunca pensé que un hombre pueda padecer, y lo vi sufrir como nunca.

El caso es que al héroe le encantaban las mujeres y se moría de deseos por tener una novia. Cabe decir que al menos, en apariencia, en principio todo empezaba bien de cara a mitigar sus anhelos. Pues el hecho de ser un hombre intrépido lo condujo a establecer ciertos récord. Unos de caída libre, otros de acrobacias, apnea, etc. Por ello le surgían numerosas admiradoras con ganas de probar el sabor de un hombre valioso y valeroso. Aunque ¿es lo mismo valioso que valeroso? El hecho es que cada semana lo veía salir con aquellas mujeres tras cualquier día de hazañas; eran auténticas preciosidades, que cualquiera querría tener para sí. Pero pasadas unas horas, invariablemente sobre las once de la noche, nunca más tarde, lo contemplaba aparecer en el chalé que ambos compartíamos en la sierra. Y cuando le preguntaba que tal le había ido, casi siempre me contestaba la misma retahíla.

- ¡Bah! A ésa solo le interesaba saber si cuando batí el récord del mundo de caída libre sentí miedo.

- ¿Y tú qué le dijiste?

- Que sí, claro. Todos tenemos miedo, ¿no?

En realidad desvelé que Iván había aprendido a decir esas palabras guiado por la inercia de los demás. Pues se le notaba a la legua su impasibilidad al pronunciarlas. En cambio, cuando abordaba el tema en concreto, sus rasgos cambiaban y exteriorizaban un actitud de él que muy pocos conocían.

- ¿Y la besaste? Dime. ¿Acabarías por besarla no?

Llegado a ese punto crucial su semblante se contraía en una mueca dolorosa y tartamudeando murmuraba.

- No… no…

Y ahí se quedaba, de piedra, encogido sobre el sofá, con la cabeza hundida entre las rodillas. Recluido en el silencio y avasallado por el terror que lo embargaba. En realidad no supe que aquello era miedo hasta la vez en que volví a insistirle sobre el amor. Empleando un tono de burla, se me ocurrió decirle.

- ¡Vamos! ¿No me digas que un hombre como tú ha sido incapaz de amar a una mujer tan preciosa como esa?

Su respuesta fue el silencio. Continuaba en su postura, con la cabeza hundida entre las rodillas. Lo miré con asombro. Entonces repetí casi gritando.

- ¿¡Que no la amaste…!?

Comenzó a balbucear algo con cierto frenesí. Escuché con atención. Como si estuviera deletreando negaba con la cabeza y repetía para sí.

- No, no, no, no y no…

Me acerqué hasta él lo agarré de los brazos y le dije.

- ¡Venga…! No me dirás que un hombretón como tú…

Se revolvió como un muñeco de goma y me soltó un latigazo en la mandíbula.

Décimas antes de recibir tuve el tiempo justo de vislumbrar sus ojos anegados en una expresión que nunca le había visto: Pavor. Y lo supe. Entendí que al hombre de hierro algo grave le ocurría: Conocía el miedo. Dejé de reírme de él y pasé a sentir compasión. Mientras, comencé a intimar con una chica me enamoré de ella y contraje matrimonio, él siguió como siempre. Viviendo en soledad, incomprendido, batiendo récord imposibles y siendo considerado un hombre extravagante, peligroso y envejecido, porque los años no pasan en balde.
Un día, recién cumplidos mis cuarenta y pico lo llamé, quedamos y fui franco con él. Le dije que a su edad – tenía un año más que yo – no podía continuar practicando deportes de alto riesgo. Me contestó con orgullo que seguía siendo el mejor (y era cierto) y que el no había nacido para ser un hombre de ciudad y si renunciara a hacer aquello se moriría de angustia. Se incorporó de la silla y me dejó plantado con el sabor de un mal café.

Se sucedieron los años y se hizo responsable: Profesor de paracaidismo. Yo solía saltar en su escuela de vez en cuando. El día en que ocurrió yo no estaba, pero alguien muy cercano a él me lo contó.
Sucedió una mañana, muy pronto, a primera hora. De hecho no había llegado nadie aún excepto el piloto e Iván. Una mujer extranjera, joven, de unos treinta y pico se presentó en la escuela y preguntó por él. Hablaron. Le dijo que su deseo era saltar desde una altura de diez mil metros. Iván le contestó que en su escuela solo se saltaba desde los tres mil, pero la chica era terca replicó que tenía dinero y al final lo convenció.
Cuando uno hace una propuesta así se supone que ya es un consumado saltador, e Iván así lo interpretó. Aunque, por una vez en su vida, su afinado celo intuitivo, falló.

El hecho es que la mujer saltó. Minutos antes, tanto el piloto como Iván ya estaban recelosos, pues la observaron demasiado nerviosa y lo supieron al verla caer desmadejada. Aquella mujer era una irresponsable y no tenía idea de cómo se debía de saltar.
De inmediato Iván se arrojó tras ella y en escasos segundos se plantó a su lado, la sujetó de las manos y de pronto se sorprendió. La chica estaba ¡riéndose! Pero no lo hacía a causa del nerviosismo ni del miedo calibró, sino de pura y simple felicidad.
En seguida estuvieron ambos mirándose atentamente – todo esto pudo oírlo por la radio el piloto y seguirlo con unos potentes prismáticos desde tierra un técnico – quien nada más llegar fue informado de la eventualidad y salió a realizar el seguimiento.

Pasado el primer minuto de contemplación, en silencio, sus semblantes fueron acercándose y de repente… se besaron. A continuación Iván le indicó a la mujer que tirara de la anilla del paracaídas. La chica lo hizo pero algo falló y no se abrió. Sin perder la tranquilidad volvió a indicarle que utilizara el de seguridad. Esta vez el paracaídas salió pero no llegó a desplegarse. Entonces, aún conociendo las graves consecuencias, Iván tomo una arriesgada decisión. Se abrazó al cuerpo de ella y al tiempo que la besaba, desplegó su paracaídas mientras con voz muy serena, le expresó lo siguiente.

- No temas cariño, estoy junto a ti. Y no hay que tener miedo porque te amo y todo va a salir bien.

Y se perdieron de vista en una zona de bosques y barrancos.

Tras una búsqueda que duró todo un día, al anochecer, sin encontrar indicios de ellos todo el mundo los daba por fallecidos.
Finalmente, muy temprano, a la madrugada del día siguiente un pastor de cabras oyó algo al otro lado de un risco. Se asomó y divisó un espectáculo asombroso. Sobre las ramas de un viejo árbol que milagrosamente crecía sobre la pared del barranco, se hallaba enganchado el paracaídas. Pendiendo sobre el vacío había una mujer y un hombre. No se habían movido durante horas pero aún permanecían abrazados, sin dejar de besarse…


José Fernández del Vallado. 2006. Arreglos 2008.



19 libros abiertos:

Venció su miedo...

:) Josef me has emocionado con este cuento! Me fascina tu manera de escribir!

Un beso, que tengas un lindo finde!

Mos dijo...

Bravo Josef: Has hecho que Iván perdiera el miedo al amor. Que alguien tan acostumbrado al riesgo diera todo por amor.
Amor; algo que necesitamos y que muchos no saben dar ni recibir.
Te dejo. Voy a prepararme para el recital que tenemos.
Un abrazo de Mos desde la ESFERA.

un cuento estupendo... me ha removido por dentro, me ha hecho sonreír...

gracias, escribes de maravilla

un abrazo :)

Anónimo dijo...

sencillamente hermoso y esperanzador, jajaja has sacado mi lado romántico,, me ha encantado este japy end, que hermosa forma de vencer el miedo!!
besazos Josef

patri dijo...

Cada día te superas más...qué bonito final.
Ójala todo el mundo perdiera el miedo al amor.Aunque a veces duela, es lo mejor que te puede pasar en la vida.
Besitos

More dijo...

me pasó como a Camille: me invadió una emoción, una ternura, sssentí el orgullo por aquellos que no se rinden y en cuyo amor se sostienen.
Y tú lo dices de una forma!!
Extrañaba venir a verte, extrañaba leer tus maravillas.

Mi abrazo y mi afecto, amigo querido.

Anónimo dijo...

Increible realto de veras que yo esperaba lo peor, pero menos mal permanecieron abrazos y besandose, vencio su miedo y salieron con vida :)

Lara dijo...

Y es que todos, y digo todos, le tenemos miedo a algo. La manera de vencerlo, enfrentándose a él ;)
Muuuuacks!

leí el sábado la historia y me quedé con el comentario porque no me dio el tiempo para escribirlo.

Y ya vez vuelvo tres días más tarde para dejarte un garabato en tu rincón.

No quiero reiterar lo que ya te dijeron en 8 comentarios jeje pero bueno creo que no hay manera de evitarlo.

Un grande maestro!!!! me encantan sus cuentos, podría decir para cuando el libro, pero vivo en el tercer o cuarto mundo, pocas veces me compro el libro que me gusta, miro los libros en las vidrieras y me los termino bajando de internet. así que para mi deleite y disfrute estan los blogs.

BESOS

PIER dijo...

Precioso.. me quito el sombrero..
me has dejado con un gusto grande al leer esta entrada maravillosa una más que nos regala..
que grande es ivan al final consiguio lo que siempre habia ansiado.. el amor..
que historia mas linda.. madre mia! pensare mucho en ella en esta madrugada para ver si puedo soñarla..

un abrazo desde el cielo.

Vivianne dijo...

Diría tanto baile en el asunto para terminar henchidos o mejor dicho colgados por amor!!!así miedos y miedos, lo más dificil es enfrentar la situación y decidir o elegir es lo qué cuesta verdad, en todo caso este no era "Ivan el terrible" más bien Ivan el incrédulo!!llevaste excelente el compás,no soltaste ni un minuto el argumento, bien por ti y el amor en el aire!!!!

Mityu dijo...

También a mí me ha enganchado la historia de Iván, que no es tan ajena a la cotidianidad, si la colocamos en otros parámetros, aunque no suele presentarse ese momento decisivo, justo, apropiado, que rescata al hombre de su propio mutismo e inseguridad.

Un saludo

Anónimo dijo...

Dar todo por amor a veces da miedo :) uffff ... me enkanto el kuento amigo y bueno keria pedirte un favor ayudame kon la kabecera de mi blog no puedo kambiarla T_t KERIA PONER OTRO LOGO Y NO Puedo ke me akonsejas un beso

Anónimo dijo...

LO ARREGLE DE TODAS FORMAS GRACIAS POR TU AYUDA BESOS :)

Jassy dijo...

mietras leia pesaba en el cuento de Juan sin Miedo....precioso tu relato, has conseguido hacerme sonreir hoy, no tenia un buen día y ha sido genial leerte para abstraerme de los malos ratos
Un abrazo

jess dijo...

pocos miedos tan reales como el miedo al amor.... creo yo.
Quién no lo ha padecido alguna vez, y quién no ha sucumbido ante la propia emotividad del amor...
Lindísimo relato!!
como siempre, un gusto leerte caray!!
saludos cordiales, mi estimado amigo!

María dijo...

Hola:

Vengo a darte las gracias por tus palabras, y a pedirte perdón por no poder hacer ahora un comentario en tu blog porque no he leído lo que has escrito, pero te prometo, que volveré por tu blog en cuanto reponga las energías interiores que ahora escasean en mí, para leerte y comentar.

Besos.

Sibyla dijo...

Maravillosa historia!
Muy bien relatada, sabes llegar al corazón.

El Amor es como un toro bravo, que hay que saber torear...

Un abrazo Josef:)

M. J. Verdú dijo...

Perder el miedo al amor... maravilloso... todos tus relatos lo son. Es un placer visitarte

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