miércoles, 6 de junio de 2007

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Escarbando en los recuerdos: Primera tarde de amor.






Otro día. Un día más de imperdonables vueltas y quiebros por un Madrid caótico. Hace calor. Me siento un instante para tomar un refresco y descansar. De pronto me doy cuenta con desconcierto. Estoy sentado – como hice aquel día – justo en el Café Central. En una mesa cercana a la salida del metro Bilbao. Entonces, algo pasa. Me revuelvo incómodo, mientras mi mente sin detenerse comienza a caer, a retroceder, se precipita perdida entre las manecillas del tiempo. De súbito, se detiene. Ante mí se abren unas cortinas y penetro en un escenario del pasado.

He quedado con ella, con mi primer amor…

Nos conocimos días antes, bueno, a decir verdad, nos llevábamos estudiando una temporada. Ella, es amiga de Alicia, compañera mía de toda la vida... Aunque “toda la vida” sean sólo diecisiete años, para mí, eso es ya un vasto mundo.

Es curioso, para ser octubre apenas hace frío. Es una tarde anodina. No es brillante ni oscura, calurosa ni fría. Los contornos son de un color gris apagado en la plaza. Para lucirme, me puse mis pantalones marrones, ceñidos con bolsillos a la altura de los muslos. Como es natural, no están de moda; detesto las modas.

Fumo cigarrillos rubios, fortuna, y voy por la segunda cerveza mahou. Ni que decir, me encuentro inseguro, y por ello, nervioso.
Mis ojos, mi mirada, mi tensión, no se apartan un instante de la bocana oscura del metro. Origen de mi angustia y a la vez perentoria ansiedad. En manadas, la gente brota expulsada de su infierno viciado y calorífero.

He quedado con ella, con mi primer amor…

El gentío, es también para mí una masa gris multiforme; sin color apariencia, ni voz. Los sonidos se mezclan confusos, forman un estrépito que crea un fondo similar al falso escenario de un metraje.

Y de repente, allí está. Viste una chaquetilla amarilla, pantalones negros, ajustados. Su cabello rubio, ceñido en una coleta, deslumbra destacando sobre el gris enrevesado e iracundo de la ciudad inmersa en su interminable guerra comercial.

Alzo la mano. Me descubre, ladea la cabeza. Sus labios finos y anaranjados, sin pintar, despliegan una sonrisa que subyuga por completo mis ideas, mi raciocinio, mi carácter. ¿Dónde estoy? Me cuesta encontrarme a mí mismo replegado bajo el paraguas que forma su primer beso cálido, directo, sin rubor; pero más me pasma preguntarme. ¿Dónde estuve esos años? ¿Perdí el tiempo retozando entre cochecitos, baloncesto y demás… mientras mi clarividencia me negaba la existencia de tan sublime paraíso?

En un instante ella está sentada a mi lado y habla sin cesar. Yo, por el contrario, apenas soy capaz de articular escuetos movimientos, siempre afirmativos, con la cabeza. Porque, tras recibir su primer beso, es mi unidad superior, la única extremidad que no tiembla.

Al cabo de indescifrables momentos, dejamos el lugar y avanzamos calle abajo. ¿La tomo de la mano o es ella quien lo hace? Sí, ella está segura. Se conduce en el camino del amor con innato placer y sabiduría. ¿Está acostumbrada? En realidad está a años luz, pero aquella tarde nuestras mentes, nuestras palabras, nuestros actos, por una vez se aproximan. No está mal lo que a veces pueden lograr dos personas dos espíritus, que no tienen nada que ver en la vida. Ella es en todo diferente. Según vamos hablando, lo averiguo. Pero no le doy importancia. Las diferencias no existen en el amor, sino fuera de él, percibo. Y, sin embargo, nuestras vidas se han aproximado por una tarde, por unos meses, y volverán a separarse para siempre, por y para la eternidad. Ahí radica lo maravilloso de la vida. Y ya jamás la olvidaré. Quedan los recuerdos. ¿Para qué sirven? ¿Y qué haríamos sin ellos?

Entramos en un bar. Llevamos caminando toda la tarde; dio igual de qué habláramos. Abajo hay un apartado. Allí nos reencontramos, tratamos de atravesarnos, de desnudarnos mutuamente sin palabras. Olvidamos las preguntas, las dejamos atrás. En el fondo sabemos que no son preguntas lo que uno busca en la vida sino respuestas. El primer beso es sensual y apasionado. Como hacer el amor con la boca. Después nos abrazamos, nos restregamos. ¿Cuánto tiempo estamos así? Me hubiera gustado cronometrarlo. Hoy me pongo científico. En el fondo me da cierta envidia pensar lo que fui y era capaz de hacer a tumba abierta. Ahora soy más introspectivo; pero ¿para qué serlo si existió el amor verdadero?
Sí… ese amor que hoy también está en situación de peligro. Explotado por el marketing de multinacionales y convertido en espectáculo de masas. ¿Cuantos creen ya que exista? ¿Qué sea posible? Aunque parezca mentira han hecho de el otro valor en decadencia, en exterminio. Puesto en el punto de mira de una sociedad ambiciosa y depredadora, enloquecida por un ilusorio valor monetario. Puestos a pensar: ¿Qué dirá la historia de este periodo “oscuro” si acaso se logra superar? Por el momento no hay indicios de que vayamos a hacerlo. Hoy, somos más egoístas que nunca. Sí, tú yo, nosotros: ¡Todos!

Y sin embargo, había quedado con ella, con mi primer amor…

La tomé entre mis brazos y la besé y nos besamos y la acaricié. Ella hizo otro tanto conmigo. Y suspiramos hondo y olvidamos, y olvidamos que allá fuera, en el exterior, lejos o quizá al lado mismo, hacía frío y había gente sin hogar; gente muriendo en guerras; padeciendo suplicios, torturas; gente viviendo esclavizada o derrochando millones y creyéndose dioses; gente asesinando; gente asesinada, ultrajada, violada… Y entre todo ese marasmo de humanidad, estaban esas personas, tal vez las más viles. Pues buscan comerciar con el amor y hacer de el un espectáculo banal y aberrante; con el único objeto de llenar de sucio dinero sus asquerosas cuentas bancarias.

La tomé entre mis brazos, salimos del local, ya era de noche. No hacía frío ni calor, no se oían voces ni ruidos altisonantes. En realidad, podría decirse, todo era “casi perfecto.” Hablábamos con absoluta franqueza y sonreíamos en todo momento sin desprendernos nunca de la mano y sin titubear. Y así era; en aquellos momentos éramos y fuimos, inmensamente felices. Fuimos uno. Y ahora, debo confesar que pocas, muy pocas veces, he sentido una felicidad tan sana y pura sin tener nada más que ofrecer que amor por amor a cambio de mucho más amor…


José Fernández del Vallado. Josef. 2007.


4 libros abiertos:

Vivianne dijo...

Es un recuerdo preciado, inocente y cálido, esos que dejan el primer amor situado en el corazón y en la belleza de nuestra juventud, haces un recorrido mágico de esos que te hacen nublar los ojos...

Es una historia preciosa Josef. Besos y felicitaciones. Magdsa

Mucha gracias por tu visita y comentario.

Tu relato me ha traido muchos recuerdos. Es muy evocador. Pero disiento contigo en una cosa, yo creo que sigue existiendo eso independientemente de lo quieran que hagamos. Creo que sigue habiendo enamorados así. Lo veo en la calle, en el metro.
Muy interesante la página elpaísliterario.com.

Un saludo,

ana

Fujur dijo...

La verdad es que me identifico en buena parte del discurso. Los primeros amores son preciadas joyas cuando no han sido, por poco, los únicos.
Saludos y merci por tu visita

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