sábado, 9 de junio de 2007

6

Siempre en el mismo Lugar...




Está siempre en el mismo lugar, inalterable, en “su refugio” de la parada del autobús de la umbría y popular calle Toledo de la que nunca salió. Usa chaquetilla gris de lana recia, zapatillas de fieltro y piel de conejo, un par de polainas de lycra picadas, falda de tejido grueso y una bolsa de plástico conteniendo su vida. A sus espaldas, la puerta azul turquesa del Barclays Bank resalta onerosa; funcionarios trajeados entran, salen, hablan, echan cuentas, y ella prosigue invisible al locuaz proceso de conductas irrevocables que se maneja a su alrededor. Se arrellana ¿quizá a la expectativa de un nuevo y más confortable autobús de existencia? ¿Está exánime en vida? Se me ocurre, que como la vida es un innegable proceso de muerte, ella quizá sólo hace que arrogarse unas horas de empeño…
No habla, dormita y parece aguardar, aunque nunca toma el bus. ¿Acecha? Tampoco dirige la palabra pide perdón reza suplica o se queja, y se fija en el bullicio que gira a su alrededor con el mismo desdén de quien vio desfilar una procesión hace décadas. Poco parece importarle haga frío calor llueva nieve hiele o sople un tifón. Bebe vino rancio, barato, y lo hace con dignidad. Ni siquiera es alcohólica de bulto, no habla sola y si masculla, jamás la verás hacerlo en alto. Al ser preguntada, con amabilidad de salón, responde frases de elegante disuasión. “Está bien. No necesito ayuda. No estoy sola. ¿Si tengo a donde ir? Ya estoy aquí. Este es mi sitio. Mi sitio. Mi sitio… Estoy segura. Sí. No se preocupe. No estoy loca. No. Segura. Segura, por completo.”
En general, la ciudad convive junto a ella, con la misma naturalidad que lo hace con ratas, cucarachas y ladrones; pero ella no tiene que ver. Su cabello cano, su forma de desenvolverse, anuncian dignidad y un pasado, como mínimo, juicioso.

Termino el trabajo de madrugada; es invierno. Vuelvo deprisa, las manos en los bolsillos, el viento desbasta mis labios y silba en mis entrañas, la calle está en silencio y las estrellas titilan de frío. Entonces oigo cantar y la descubro, es ella; mediante un clamor amortiguado, tenue y tierno, exquisito, abrazándose el pecho con sus brazos duros como rizomas, un par de mantas echadas sobre su abultada espalda de vieja, la botella a sus pies, mediada, y la cabeza ladeada, deja escapar notas que hablan sobre un lugar donde una vez hubo amor.
Paso a su lado, por un instante me detengo; pienso en llevármela, la noche es infame, cruel, todos los días pienso en lo mismo y ¿por qué no lo hago? ¿Por qué no sé reaccionar? ¿Soy insensible? Me comporto como la ciudad. ¿Formo parte ya del duro granito y metal de la ciudad? Sí, tal vez…
Está oscuro, algo brilla. Miro al cielo, a las marquesinas de los edificios, parecen retorcerse y agacharse hasta abrazarse entre sí; da la admirable impresión como si desearan resguardar la soledad y el silencio. Hace silencio, excepto la melodía. La miro. Alza la cabeza se vuelve y me contempla, nunca lo hizo antes. Revelo la procedencia del brillo, está en sus ojos. Resplandecen con incisa profundidad en la penumbra, un escalofrío arquea mi cuerpo. Una voz suave, delicada en exceso, me anima con inesperada placidez.
“Vete, regresa a casa. Tu mujer te espera.” Y añade más tensa.
“Lo sé. Sé lo que piensas. Todos lo creen. Pero yo estoy en la mía y No tienes nada que hacer aquí,” advierte. Y sonríe. ¿Sonríe? ¿Está ebria? Cómo sonreír sin tener hogar ni familia ni… ¡nada! Aunque a lo mejor eso es lo que yo establezco…
La miro con miedo, recelo a lo desconocido, lo sobrenatural me aterra, me sobrepasa. Bajo la cabeza, me giro y balbuceo.
“Adiós. Hasta mañana.”
A mis espaldas oigo un bondadoso “hasta siempre.”
Luego, la misma melodía me acompaña durante la noche. Y a la mañana siguiente continúa implantada en mi mente.
Y hoy, tras más de treinta años de aquello, está dentro de mí. Se encuentra siempre en el mismo lugar, “inalterable”, pero a la vez muy tenue tierna y exquisita, abrazada en “su refugio” de la parada del autobús de la umbría y popular calle Toledo de la que nunca tuvo necesidad de salir…


José Fernández del Vallado. Joséf. Junio 2007.

6 libros abiertos:

Vivianne dijo...

Josecito, me parece un relato conmovedor y a la vez tan cotidiano, no es raro encontrarnos todos los días con el mismo rostro extraño que ni siquiera nos importa conocer su nombre,ésta mujer refleja la soledad y angustia secreta de aquellos que no poseen más que una esquina y cartones para cubrirse del frío, bellamente descrita tu historia, me a encantado.

Muy triste,pero reflejas con maestria la cotidianidad de las ciudades donde todo es un pasar...

es un bello relato...

Besos mi cariño y amistad para ti...

Carmen Leyre dijo...

...hay cosas en la vida que no se pueden cambiar y otras no se quieren cambiar... es dificil ayudar cuando uno mismo no se quiere "amar", y mas dificil arrancar del ser la soledad cuando "uno" mismo la quiere abrazar....
Precioso Texto y un Lujazo leerte...
Gracias por tu visita, para es un honor y un placer... te dejo un beso sincero
Leyre

FiNi dijo...

hola Josef, gracias por escribir.
Muy buen relato, saludos desde Argentina.
Fini

Anónimo dijo...

Hola!

Gracias por enviarme tus comentarios tan amables. Deseo que tengas una semana muy agradable, y si no, pues ya vendrán otras... Saludos
bye ...

Anónimo dijo...

Muito o brigado pela visita e volte quando quizer!
Gracias e parebéns pelo seu blog.

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