sábado, 1 de marzo de 2008

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En Chiloé: Ancud...

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Este texto no refleja ni mucho menos todo lo que sentí al explorar en casi su totalidad la isla de Chiloé. No pretende atacar Ancud, una ciudad hermosa pero triste (a mi manera de juzgar) y con un halo de historia y de misterio imborrable...
Quien sepa leer entre líneas captará lo que trato de hacer ver o sentir al lector; puesto que de sentimientos se trata, y de ningún modo son malos, sino quizás varias cosas a la vez...

Estaba en Ancud y alli estuve. Y pude olerlos, sentirlos, e incluso los percibí caminar por sus calles… sucias, saladas, con aroma al puerto podrido de muerte que una vez fue; cuando la guerra y los cañonazos del fuerte de San Antonio y más allá, el de San Miguel, retumbaron escupiendo viejos hierros cargados de dolor y sufrimiento…
Dicen, es un hecho consumado, que allí se gestó la derrota de los últimos españoles; de mis antepasados…

Vagué por sus calles impregnado de insólita tristeza desconocida. Caminaba alumbrado por una especie de halo místico, sin ser capaz de tomar fotos de una ciudad ¿inexistente? De hecho tengo muy pocas, apenas dos o tres tomas y todas ellas realizadas desde el mismo ángulo. Algo me impidió… ¿Su gente? ¿Me avergonzó contemplarlos? No; fue distinto. Al volver las esquinas descubría, me topaba con sobresalto, con personajes extraños; todos ellos portaban un retazo de antigüedad casi mítico. Eran individuos alcoholizados por una derrota o la euforia de una victoria que no trajo consigo riqueza alguna a una población que permanecía todavía… ¿a la espera?
Así fue. Encontré una localidad paralizada trescientos años antes, que no formaba parte del Chile moderno y actualizado. Una ciudad ¿poblada por seres ultraterrenos?
Luego, la tercera noche, hubo un apagón generalizado. Estaba en un ciber y no me di cuenta de golpe porque mi ordenador no se apagó de inmediato, tardó algo más de lo debido. ¿Estaba solo o demasiado abandonado…?
Ella no quiso venir. ¿Acompañarme a Chiloé? No, no podía. Exactamente no recuerdo que me diera un porqué. En cambio afirmó conocerlo bien y parecía como si deseara, si, ¡deseaba! que yo lo descubriera por mí mismo. Daba la impresión de que admitía sin recelos el hecho de que yo estuviera lejos… ¿O cerca? Porque estuve pisando el suelo que hoyaron sus antepasados, nuestros antepasados… quienes no lo olvidemos, privaron a los indígenas mediante un mestizaje brutal, cercenando ritos e imponiendo los ¿debidos o indebidos…?
No se lo dije, ¿por qué decírselo? Ancud me impresionó. ¿Me dio miedo o me superó? Desde luego aquella noche, la del apagón, cuando volví caminando entre ánimas, me achiqué. Al avanzar en la oscuridad el terror impregnó mis sentidos y movimientos, pues consiguió ocupar mi silencio con un murmullo bronco, casi demencial. ¿Y los pobladores de Ancud? Por más que me esforzaba en encontrar su calor, al pasar junto a ellos, no lograba sentirlos ni escucharlos… ¿Gemían? Toda la ciudad era y fue un lamento profundo y quejumbroso del que yo no podía ni pude liberarme...
Descendí el callejón hasta mi hostal dando traspiés, intuyendo sombras que levantaban un halo de frialdad al pasar a mi lado. ¿Me reprochaban que yo, un español estuviera allí? Regodeándome de mi recién adquirido estatus de turista en aquellas calles aún infestadas de ratas, aroma a pescado violaciones y derrota, sin hacer nada por ellos...
La historia más brillante del olvidó de una ciudad victoriosa está impresa en Ancud. A la mañana siguiente todo era igual. El mismo y radiante sol me acompañó los cinco o seis días que allí permanecí, la misma sensación de desasosiego, pero a la vez también de euforia, magia oculta, belleza, y quizá de la peligrosa fascinación que casi me atrapó.

Adelanté mi regreso - ¿temí quedarme allí para siempre, o me agradó demasiado la idea? - un par de días. En realidad quien me llamó fue ella. Además, una invasión de pulgas me devoraba y apenas podía dormir.
Me citó en Puerto Montt. ¿Curioso verdad? ¡Justo al otro lado del canal! A salvo de la isla. Y Puerto Montt, ¿qué fue Puerto Montt? Fue otra historia muy distinta de la que, más tarde, cuando recupere el aliento, hablaré…

José Fernández del Vallado. Josef. 27 febrero 2008



3 libros abiertos:

PIER dijo...

Moderato..
Estoy buscando en mi memoria un recuerdo de hace algunos años.. cuando creí sentir este mismo sentimiento que plasmas en este post..y hoy aunque se que lo he olvidado... a veces siento su latir..

Solo pienso que este viaje te ha servido mucho!.. seguramente habras visto cosas
impresionantes., personas con un estilo de vida que puede deslumbrarte o hacerte irte a la cama con la cabeza a mil.. llena de dudas y porques!..

Pero la marca de tus ojos siempre quedara grabada en tu mente..

Saca lo positivo, todo lo que puedas exprimelo., porque a la final esto es lo único que podemos tener..

un abrazo. aunque tarde siempre trato de visitarte...

No sabes lo que me gusto tu relato, creo que describes perfectamente lo que senti yo al vivir por 8 años en Ancud, nos fuimos recien casados y la amargura contagiada me la lleve por dos mas....aplaudo tus palabras y te doy las gracias ya que por mucho tiempo pense que era solo mi sentir.

Dicen que Chiloé al ser tierra mágica, es un poco veleidosa en sus amores. Se abre esplendida ante quien quiere...Esta isla preciosa y sus ciudades: te invitan y te abrazan, te rodean de amigos, de afectos, de amaneceres, de música, de poemas, de estufas calientitas en invierno y asaditos en verano... Cuando no te toma, quizás pasa lo que te pasó a tí. Quizás el secreto está no en venir buscando...aquí hay que encontrarse.
Un abrazo.

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