lunes, 8 de octubre de 2007

14

El crimen del señor Tiziano.




No hay el menor asomo de fantasía o desvarío en lo que voy a contar, es un hecho real. Tomaba una ronda de ron junto a la hermosa Katia y Tim, su novio, en el chiringo del mono. Acababan de volver de un extraño viaje por antiguos rincones de Europa. Me lo contaron tal como a ellos se lo narró el viejo europeo que los invitó a pernoctar.

Sucedió en un país mediterráneo, durante un verano que no fue tal. Una noche en la que no hacía frío o calor, brisa ni viento, se oía la estridencia de los grillos, no circulaban coches, y menos había festejos nocturnos. Por no escucharse, ni el alarido de un mísero perro, pues los vecinos de enfrente, que por entonces tenían a su disposición todos los canes del barrio, estaban en el cortijo del sur, y se habían trasladado con su arsenal de perrería incluido.

Ahora imaginen una urbanización de treinta y cinco mil metros cuadrados en completo silencio y oscuridad, pues tampoco había luna y hacía una espléndida luna nueva. Y vislumbren – si son capaces de hacerlo– al hombre caminando en bañador en la oscuridad de su jardín a media noche, solo y aburrido, con el deseo de cumplir el vago propósito que había rondado su mente durante las horas del día sin éxito: realizar una cloración. Operación que consiste en verter sobre la superficie del agua (generalmente una piscina o una depuradora de aguas residuales) una cantidad específica de cloro granulado o en polvo, con el fin de mantenerla libre de cualquier impureza. Algo que en principio debía resultar sencillo. Sumido en el letargo de un verano de tedio y silencio el señor Tiziano, quien no tenía que ver con el ilustre pintor, olvidó ponerse los guantes. Tampoco esa parece ser la razón primordial de lo que sucedió a continuación, pues por lo general no solía ponérselos.

Nuestro hombre era una persona metódica y tenía contabilizados mentalmente cada uno de los arcos de piedra que conformaban el muro de la mansión en donde habitaba; así como los ciento veintidós escalones que había de ascensión desde el cuarto de la depuradora, donde recogió el bote de cinco kilos de cloro con sus manos sin guantes, hasta la piscina. Hasta ahí, todo, normal.

Indudablemente conocer el número de escalones dada la oscuridad suponía una clara ventaja. Otra cuestión está en adivinar el porqué no utilizó la linterna. Según recordaron Katia y Tim, pensó que en la oscuridad de la noche se adapta fácilmente la visión y para vislumbrar el perfil de las formas en la distancia, caminar sin linterna, podría resultar ventajoso. (Hecho probado y cierto). Lo que no pasó en ese momento por su cabeza, fue que con luna nueva y el cielo encapotado – como parecía hallarse – por mucho que uno se esfuerce no podrá ver una sombra a más de dos palmos de distancia.

Con precaución y casi haciendo equilibrios, el señor Tiziano comenzó a subir mientras contaba los ciento veintidós escalones que en suave pendiente lo encaminaban a su piscina. Y como hasta a un hombre inductivo y racional como él la mente puede jugarle extrañas pasadas, así sucedió.
Tras finalizar la ascensión esa vez no contó ciento veintidós, su mente se detuvo en... cuatro mil. Sudaba. ¿Sudaba? ¡Y cómo no hacerlo! Si calculó que habría estado ascendiendo durante cerca de tres cuartos de hora. Se detuvo mientras trataba de adivinar lo que tenía delante: Total oscuridad y algo quizá diferente. El olor. De todas formas, mientras subía, habían caído unas gotas, y como es sabido la lluvia impregna de aromas nuevos – y preciosos – la atmósfera, y en ocasiones incluso crea ambientes... ¿desconocidos?
El señor Tiziano no era la clase de hombre que se formule demasiadas preguntas, en cambio era capaz de encontrar explicaciones para todo aquello que no se ajustara plenamente a su razón. Y en ese momento las halló. Acababa de cumplir setenta y cinco años y por las mañanas sus huesos chirriaban cual oxidadas vigas de hierro que le costaba engrasar. Todo fue obvio en su mente otra vez. Había sido el cansancio, el tedio y su irreconciliable y mal llevada vejez. Estaba claro, de forma mecánica su cerebro había prescindido de la primera cifra: el uno, para a continuación sumar ambos doses, crear un cuatro y añadir tres ceros que no eran sino sutiles metáforas insertas en su rostro como gotas de sudor y agotamiento.
Cesó de resollar. Presentía el camino ante él. Estaba ahí, en alguna parte. Prosiguió. Y aunque no le pareció el mismo trazado que estaba acostumbrado a recorrer, se hizo una pregunta que lo liberó de las dudas y tensiones: “¿En la oscuridad qué es igual a qué?”A trancas y barrancas atravesó un arco oscuro, y de pronto se encontró en un recinto a cuyo alrededor altas cúpulas con terminaciones acabadas en finas agujas, señalaban a la noche.
Se detuvo, y se rascó la cabeza con inquietud. ¿Por qué de repente tardaba tanto en asimilar lo que su empobrecida vista de anciano creía ver? ¿Y por qué creía estar donde no estaba cuando en realidad estaba allí, en su piscina? La vio. Allí, en el centro. Quizá pudiera parecer – y así fue – más grande de lo habitual, pero sin duda era la piscina.

Depositó el bote en el suelo y procedió a abrirlo con cuidado. Aún así el polvo del cloro se introdujo en su garganta y le causó un escozor irritante. Para evitar las arcadas se giró. Sin mirar, aunque de todas formas no viera, tomó el vaso con medidas que había en su interior y sólo tras llenarlo un total de diez veces logró finalizar una vuelta completa a la piscina. Sí, todo estaba claro. Con la vejez las distancias en lugar de menguar se alargaban, lo mismo que el tiempo. En cuanto a la oscuridad, se convertía en solemne y preciosa, en tanto los aromas resultaban subyugantes y sinceros. Concluyó que había sido una gran experiencia realizar el proceso en plena oscuridad.
Cerró el bote y descendió. Esta vez tardó algo más de quince minutos, pero ya no se alteró, pues llegó a la edificante conclusión de que se acostumbraba rápido a su estado de vejez. Dejó el bote en el cuarto de la depuradora, cruzó el jardín, entró en la casa y agotado, se acostó.

A la mañana siguiente tras desperezarse fue a echar un vistazo a la piscina y se encontró la sorpresa. Estaba sucia, y apenas olía a cloro. Era como si la cloración no hubiese surtido el menor efecto. Aunque no se alarmó, pues imaginó que la lluvia habría afectado al PH. Vería que hacer algo más tarde.
Desayunó y salió hacia el pueblo. Compró el periódico y una vez alcanzó la plaza central, se acomodó en el bar de los filipinos, pidió un café con leche, y procedió a ojearlo. Y allí, en primera página, encontró la noticia que lo desconcertó por completo.

Los créditos del artículo decían:

“Salvaje atentado en templo jainista en la colina de Shetrunjaya. Estado de Jugarat, India.”

Y proseguía.

“El mayor pecado para la religión jainista consiste en causar daño a cualquier ser vivo. Los jainistas practican la no violencia. Su religión presenta una perspectiva igualitaria de las almas de humanos, animales y organismos microscópicos. Respetan a los insectos y muchos ascetas llevan incluso mascarillas para evitar tragárselos accidentalmente.

Arovechando la noche de luna nueva el eco-terrorista penetró en completa oscuridad en el estanque sagrado del templo de Adinath. Según los investigadores realizó una minuciosa cloración que acabó con la vida de las más de seis mil carpas, renacuajos, e insectos acuáticos que lo poblaban.

Una espectacular ceremonia por la masacre que tendrá una duración de una semana sume en el dolor a los ascetas de los más de mil doscientos templos que se encuentran diseminados por la cima de la colina.”


A la noche siguiente, con la esperanza de escuchar otra historia por lo menos tan buena, regresé a tomar un trago al chiringo del mono. Llevaba dos horas sentado y mientras esperaba sin éxito a que Katia y tim se presentaran, bebía. En una mesa a mi lado tres hermosas damitas no cesaban de reír. No cabía duda, lo estaban pasando muy bien. De pronto alterada una de ellas se incorporó gritando.
-¡Oh! ¡Una araña! ¡Una araña! Se me ha subido una araña...
Y con nerviosismo se hurgaba en sus largos cabellos.
No lo pensé. Me levanté dispuesto a ayudar. Y además, la chica era preciosa. De repente la vi y le advertí.
- ¡No te muevas! Está sobre tu hombro.
Volvió la cabeza y soltó la mano con intención de aplastarla. La intercepté en segundos en el aire, mientras con la otra recogía al bichito y lo depositaba con cuidado en la pared. Desapareció a toda prisa, moviendo sus ocho patitas como sutiles palillos maleables. Me volví hacia ella y sonriendo le dije.
- ¿Ves? No se puede dañar a los bichitos. Viven con nosotros y son nuestros amigos.... Y permanecí sonriéndola con cara de gandul idiotizado y los brazos en jarras.
Ella se alisó los cabellos y recompuso su desmadejada figura. Sólo entonces me habló.
- ¿Ah sí? Pues mira... Tienes razón. Claro. No eres un bicho precisamente. ¡Sino la cosa más paranoica que se ha cruzado nunca en mi camino!
Y me abofeteó un par de veces en la cara. Mujeres... Pierden los nervios y...

Dos años de relación y nos casamos. Para celebrar nuestro encuentro en nuestro viaje de novios decidimos visitar la célebre colina de Shetrunjaya, en el Estado de Jugarat, India.
Fue todo un éxito. Jamás la toqué, ni discutimos, ni me hizo falta hablarle fuera de tono, la quería y nos llevábamos de maravilla. Aunque debo reconocerlo a ella aquello le encantó... demasiado. Tanto que se separó allí mismo de mí y se convirtió al jainismo. Y nunca, nunca jamás que yo sepa, ha vuelto a intentar matar a una sola araña y menos pisar a una hormiguita...

En cuanto a mí, pues aquí estoy de nuevo, en el chiringo del mono. Espero a Katia y a Tim, regresan de uno de sus viajes. Mientras degusto una copa de ron me da por preguntarme si esta vez volverán... ambos, uno sólo, o ya jamás volveré a ver la inocencia de sus bellos rostros sonrientes...

José Fernández del Vallado. Josef. Octubre. 2007.

14 libros abiertos:

Qué te puedo decir Josef que ya no te haya dicho? Es una historia excelente, me tuviste atrapada leyéndola, me super encantó y sigo diciendo que al margen de nuestra amistad vos sos uno de mis escritores preferidos. Felicitaciones. Magda

Buenísima historia que atrapa desde el principio, el del señor Tiziano fue un crimen que cometemos todos.

Saluditos Josef, buen comienzo de semana.

@slz_ dijo...

las peores dictaduras

Un día, después de que una amiga matase una araña,me dio por preguntarme el por qué somos capaces de matar hormigas, moscas... y nos quedamos tal cual. Meses después escribí sobre el asunto y lo subi a un post de "dama de agua". Los comentarios son dignos de leer, fue toda una polémica. El post se titula "reflexionemos todos juntos" con la etiqueta "así te lo cuento"
Yo sigo opinando que todos los seres vivos merecen respeto, merecen vivir y cómo no: todos sienten.

More dijo...

Saludos Josef! Qué historia tan hermosa, pero qué belleza!!! y tan bien contanda, caballero!!!! Qué digo!! No sólo me atrapó , recordé una pequeña historia que viví y con la cual aún se me humedecen los ojos.
Gracias por publicar esto, desde mi corazón muchas gracias!!!!!!

karina dijo...

Me entretuve leyendo, te manejas excelente tienes un don innato, lo tuyo son las letras, tu blog sigue cada vez mas entretenido y lindo,felicidades...

Agradezco tu paso por mi blog, veo que el tuyo está plagado de buenas letras. Con tu permiso voy a seguir curioseando. Abrazos

menudos encuentros en ese ghiringo. Ya nos contarás alguno más.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Una historia que llega con facilidad al lector.
Eres un buen escritor y tu blog es una maravilla.
Enhorabuena.

Celeste dijo...

Qué tan lejos puede llegar a divagar nuestra mente cuando contamos de ciento ventidós escalones y de pronto nos encontramos con que subimos cuatro mil! y encima hallarle una explicación "lógica" y creernos a nosotros mismos sin dudar!

El verano no le hace bien a todo el mundo.

Buena historia, un final impredecible, eso me gusta. Me gustan las historias que me soprenden.

Un gusto!

Janecita. dijo...

Sorprendente...!!!

Al margen de la historia; escribes MUY BIEN. Me gusta tu estilo!

Un beso,

Janecita.-

Cho dijo...

Muy buena historia!
Me atrapó desde la primera línea.

Un abrazo,

hola !! pues tienes una excelente narrativa eh seguire explorando por aquí!! =D

Jorval dijo...

Excelente historia. Me hizo recordar a mi hija que vive en la India desde hace más de un año, en Vrindavana. Ella, es Hare Krishna y tampoco come ni mata animales, ni insectos, es vegetariana. Saludos.

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