martes, 22 de mayo de 2007

1

Vivir su Libertad.






- Dedicado a las magníficas mujeres del mundo. -



Lo hizo por negarse a consentir una vida llena de imposiciones y castigos, y porque, pese a ser todavía joven, no recordaba de su infancia y su corto pasado más que un suplicio de trabajo y malos tratos.

Lo hizo porque cuando divisó una brecha de esperanza y se introdujo en ella con apenas quince años. Esa brecha quedó grabada en su carne con sangre para siempre como un vergonzoso recordatorio de su despreciable condición.

Buscó aquel amor del que tan bien y tan encendidamente le hablaban los poemas de Rabindranath Tagore, pero sólo encontró un eterno y solitario barranco sin fondo en el que se perdían, vanas, las promesas.

Encerrada en su prisión de barrotes de oro sufrió latigazos de crueldad, doblegada por su marido, quien no conocía más límites que los de la insidia y el odio. Él se mofó de ella, y como si fuera una ramera, llevó a su hogar a otras mujeres con quienes hizo el amor en la estancia de al lado; para que fuera testigo de sus jadeos de placer.

Lo hizo porque las ratas no son dignas de vivir en el mismo plano que seres humanos sensibles, y es menester limpiar la escoria. Pero sobre todo lo hizo y se alegró, por proteger a sus retoños de la mano cruel del hombre vehemente.

Lo hizo amparada en la oscuridad de la noche, donde el reflejo de la luna en la afilada hoja de la daga representó un destello de fe y renovada esperanza. Cubrió sus manos con sangre, dio muerte y castró al macho endemoniado, para que jamás hallara descendencia.

Al huir sus pies rozaban el suelo del mundo y lo eternizaron.
Alcanzó un cruce de caminos; ante ella se extendían amplias y rectas veredas. Acudieron a ella las fascinaciones de los caminos aún inexplorados y las ganas de vivir la libertad.

Iría tras el viento, seguiría a las estrellas, allí hasta donde el alba empieza a brillar. Acompañaría a los peregrinos enamorados en tanto se prometen canciones y odas de amor.

Pero allá, ya no tan lejos, ladridos de perros y un reguero de antorchas estaban a punto de quebrar su justa libertad. ¿Qué sería de sus hijos cuando se viesen solos en un mundo injusto? Pensó. Imploró a Shiva al Yantra y a todos los Dioses conocidos, y reuniendo valor, se embarcó en una patera.

Crujidos desconcertantes, gemidos de almas heridas… Una balsa se meció a la deriva envuelta en el secreto y mortal misterio del mar.
Al amanecer todos suplicaban. Sabían que iban a morir y por eso se asían los unos a los otros en un abrazo que presentían desesperado.

De repente, de madrugada, como si alguien hubiera extendido millones de ropajes para lavar, surgió una playa de arenas blancas y limpias, en la cual desembarcó y se tumbaron. Entonces ella lo supo y lo sintió, o mejor, dejó de sentirlo. El yugo de la tiranía y el miedo había desaparecido. Había llegado. ¡Estaba en un nuevo mundo..!




José Fernández. Josef. Marzo. 2006.

1 libros abiertos:

Vivianne dijo...

La libertad que tanto anhelamos algunos, este relato es sobrio y soberbio, me encanta,gracias por pensar en nosotras,felicidades.

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